Es una impresión mía o estamos más flojos de lo normal. Todos en general, aunque siempre habrá quien siga meando colonia, presumiendo de su pecho paloma, escupiendo ácido sulfúrico, que tiene un agradable olor a huevos podridos, y rascándose la espalda con un pelapatatas.
Me da a mí que desde hace tiempo estamos más sensibles, más emotivos, menos curados de espanto, más turbados. Que tenemos la lágrima fácil, el aguante a flor de piel y la ropa interior por encima de la otra. Que todo nos ofende o molesta hasta límites insospechados, que nada está bien por muy bien que esté todo, que va a ser que no en cualquier caso, que estamos hartos de los demás por encima de nuestras posibilidades y de nosotros por debajo de las posibilidades de los demás.
Conformistas, resignados, cansados del más de lo mismo, agotados física y mentalmente de tragar, de no ver la luz al final del túnel de lavado, de subir a tender ya que no tendemos a subir.
Pues vamos a ponernos las pilas porque, si no, vamos a acabar como al que le atropelló la apisonadora. Os sabéis la historia, imagino ¿En qué habitación está el señor al que le ha pasado por encima la apisonadora?: en la 13, 14, 15 y 16. Y es que la debilidad, a la larga y a lo ancha, al final sale muy cara.