Cada mañana me levanto y pienso qué me deparará el día. Desde la atalaya de la incertidumbre: Me hago el desayuno, la cama, el fuerte, el muerto, me ducho, me visto, salgo a la calle, voy al trabajo… consciente de que, en cualquier momento, puede saltar la liebre, la banca, caer una bomba o un líder político.
En cualquier momento y lugar la vida puede dar un giro teatral inesperado y lo que ayer era bueno hoy es raro, lo que un día fue motivo de felicidad, mañana será carne de tristeza. Hoy mandas y mañana te mandan… a esparragar. Lo que iba bien deja de ir y lo que iba mal empeora por tormentos.
Lo cierto es que eres lo que eres mientras estás y cuando dejas de estar eres, pero de otra manera. Te abandonan a tu suerte, te dejan solo, desubicado, carente de valor.Los tuyos, los que siempre estuvieron ahí mientras repartías cartas, te dan la espalda y la espada para que te hagas el harakiri. Rompen la baraja y te cantan las 40.
Somos lo que los demás creen que somos o nos demuestran con su confianza, su complicidad o su apoyo. Valemos lo que en un momento dado nos quieren conceder. Cuando pierdes todo eso pasas a un segundo plano del que solo te puede sacar la constancia, la testarudez, la resiliencia, el convencimiento o un Peugeot 405 de color flojo.
En resumen y parafraseando, en política y en otros ámbitos de la vida, cuanto te descuidas, compruebas que: Si naciste para cepillo del cielo te caen los calvos.