En las películas de invasiones extraterrestres y demás gente de mal vivir, éstos llegan a la Tierra generalmente con la intención de aniquilarnos para salvarnos de nosotros mismos. Vienen a comprobar de primera mano que la humanidad es autodestructiva y, partiendo de esa base, si no sería mejor para el resto del universo desconocido que desapareciéramos como especie.
Ese mensaje de que el ser humano es violento y le gusta más una guerra que comer con los pies es falso de toda falsedad. La humanidad crea vacunas, es solidaria, inventa artilugios imposibles para mejorar su calidad y cantidad de vida, tiene a José Andrés al frente de sus cocinas y solo quiere vivir en paz consigo misma y con sus congéneres. La humanidad bastante tiene con sacar adelante a los hijos, sus relaciones personales, la hipoteca y su día a día, partido a partido. La humanidad es gente corriente que ha venido a este mundo a sufrir y a pasar el rato lo mejor posible y no tiene ninguna gana de morir en el intento de vivir en un refugio antiaéreo o con el culo apretado pendiente de la hemorroide mental de unos pocos.
¡Qué humanidad ni qué humanidad! Desde que tenemos datos o memoria: la guerra, los conflictos, las tensiones, las masacres, los genocidios los han promovido cuatro zumbados que solo miran por su interés y solucionan su mala gestión o sus egos a cañonazos. La humanidad es una mandada. El problema es que algunos de sus mandamases a lo largo de la Historia no deberían haber estado ocupando esas parcelas de poder ni provocando a los extraterrestres.
No es la humanidad la que declara las guerras, son cuatro malnacidos y peor criados. Unos hijos de Putin.
