La metáfora es un recurso fascinante para envolver la realidad o las emociones en papel de regalo (papel de envolver que se decía antes). Es una figura retórica que sirve para vestir la realidad de gala, para disfrazarla con colores y telas diferentes, sin caer en la cursilería a ser posible, cosa que no es nada sencillo de conseguir cuando se trata de embellecer sin recargar, de sustituir una palabra por otra o por un concepto más o menos abstracto. Porque de hacerlo impunemente y sin rubor alguno, la metáfora es peor que una patada en los huevos. O dicho sea metafóricamente: la metáfora cursi es peor que darle cobijo al dolor en las casas colgantes de la fragilidad edificadas en la hoz aguas abajo.
Por poner otro ejemplo, y para ello le tomo prestado uno de sus tuits comparativos a Chuzo de Punta, espero que no le importe, que reza así: "Donde tú dices: aún flipo cuando recuerdo nuestro primer polvo", "Miguel Hernández decía: Aún me estremece el choque primero de los dos, cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas".
Lorca, Lope de Vega, Quevedo, Salinas, Machado, Ángel Gabilondo y una lista interminable de poetas y pensadores nos han deleitado a lo largo de los siglos con sus metáforas, nos han echo pensar jugando al juego del equívoco, con sus sopas de letras, sus auto indefinidos, haciendo juegos paladares, tensando las cuerdas vocales de la imaginación… para que las cosas sonaran distintas sin dejar de ser las mismas cosas.
En cualquier caso, donde esté una buena metáfora, que se quite el eufemismo de garrafón y la prosa hecha puré.
