Nunca hemos sido tan rebaño como ahora, con inmunidad o sin inmunidad de ídem. Tengo la impresión de que nos hemos convertido en una sociedad floja, ñoña, a la que le tiemblan las piernas a la altura de los hombros ante cualquier dificultad. Un grupo humano deshumanizado y mal avenido, al que hace tiempo lo mandaron a pastar y ahí seguimos: cada día más trasquilados, con las ovejas gachas y sin capacidad ni ganas de salirnos del redil.
Hemos terminado por construir un mundo agilipollado ytonto-dependiente de los poderosos. Una sociedad atada en corto por los pastores que no da señales de que vayan a tener arrestos para lograr el mas mínimo esplendor en la hierba. Vivimos esclavizados por los que no saben ni contestan. Por los que están, pero no se les espera.
Estamos paralizados, a verlas venir, a verlas pasar, a verlas marchar.
No somos capaces de dar un golpe encima de la mesa, de decir basta, o basto o baste. No se nos enciende la bombilla ni aunque la luz fuera gratis. ¿Qué nos pasa? ¿Qué nos pesa? ¿Por qué nos dejamos pisotear? Todo está regulado, legislado, controlado, geolocalizado. Ya hay más normas que ciudadanos. Nos hemos acomodado tanto a que nos lo den todo echo y a tragar, que el día haya otro diluvio universal, Noé va a pedir que le monten el arca los de IKEA.
Esto no es un alegato en favor de la revolución o el caos, es una invitación a espabilar en lo personal y en lo colectivo. De que intentemos ser menos analfabetos funcionales y empezemos a poner los puntos sobre las “oes”.