La sinceridad está muy bien siempre y cuando el comentario sujeto de la misma no sea un torpedo innecesario en la linea de flotación más vulnerable de la persona que lo recibe.
La sinceridad es un don que merece ser ejercido con elegancia. Funciona mucho mejor si le echamos unos “polvos de tacto”, para así evitar que se convierta en un ataque, en un reproche o en una opinión que nadie ha pedido, sencillamente porque nadie necesita que le digan lo que ya sabe o porque en ocasiones se vive más tranquilo viviendo en la ignorancia.
Sinceridad, sí, pero a medida y con educación. Valorando sus consecuencias y midiendo las palabras si se trata de manejar material sensible.
Hay personas que presumen de ser sinceras, lo mismo que las hay que presumen de ser bordes. Esos extremos en ocasiones se tocan y pueden convertir un arranque de sinceridad en un dolor de muelas.
Es cierto que pocas cosas molestan más que que te digan la verdad, pero sinceridad y verdad no tienen por qué ser la misma persona.
Son sinónimos de sinceridad:
la franqueza, la confianza (si no da asco), la honradez, la seriedad, la veracidad, la lealtad…
Pero ¡ojo! que estos otros también lo son:
la claridad, la naturalidad, la sencillez, la cordialidad, la espontaneidad y la simpleza.
Dame de los primero tres tazas, pero para los otros una cucharilla para probar si el caldo quema.