Hoy no voy a hablar de las nuevas viejas medidas de prevención, ni de la obligatoriedad boomerang del uso de las mascarillas, ni de los espacios abiertos versus espacios naturales, ni de la levedad o gravedad de los contagios en función de la variante del virus que toque, ni de la lista de espera de las vacunas por edades, ni de la escasez de test de antígenos ni del precio desorbitado de las PCR´s.
No voy a hablar del vaivén de las olas, de la conveniencia de teletrabajar, de las reuniones familiares multitudinarias, ni de las estériles conferencias o reuniones de presidentes, ni de la saturación de la atención primaria, secundaria y terciaria, ni del cabreo general y particular, ni del hartazgo de la ciudadanía a cuenta de bandazos y sablazos varios.
Hoy no voy a hablar hoy del ninguneo a la ciencia, ni de la efímera y discutible eficacia de la inmunidad de rebaño, ni de la conveniencia de evitar aglomeraciones en estas fiestas, de si habría que pactar un toque de queda de campanadas y de campanillas. Ni de las cenas de Nochebuena, las fiestas de fin de año, ni de las cabalgatas de reyes no estáticas.
Hoy no voy a hablar de lo poco que hemos aprendido a pesar de lo mucho que ya sabemos, ni de la insoportable gravedad de no saber estar, ni de la judicialización de la salud, ni de la falta de estrategias frente a las dificultades, ni de…
Vamos, que hoy no voy a hablar.
