Tendemos a quedarnos antes con los que nos dan la razón, aunque no la tengamos, que con los que nos dicen las cosas como son por el mero hecho de que su opinión va en contra de nuestros intereses o nuestro pensamiento único. Preferimos que nos den la razón como a los tontos a que nos contradigan enfrentándonos a la realidad y con ello se confirme que, los que nos daban la razón, lo hacían como lo que en realidad somos.
Nos cuesta aceptar que estamos equivocados, con lo fácil que es reconocer las cosas y el tiempo que te ahorras en discutir sandeces, obviedades varias o cuestiones que no tienen solución.
Nos desestabiliza e indigna una mala crítica aunque, paralelamente, mil comentarios sean a nuestro favor. La inseguridad es un mal de nuestro siglo, aunque es más antigua que beber leche recién ordeñada.
Criticando somos de lo bueno lo mejor y de lo mejor lo superior, como objetos o sujetos de crítica somos de lo malo lo peor y, de lo peor, una mierda pinchada en un palo del tamaño de un castoreño.
Quedémonos con los buenos que malos los hay hasta en la sopa, de sobra , de sobre y de sobro, así que, me voy.