Se acaban de cumplir 40 años de una de las mayores crisis sanitarias de nuestra historia reciente: la del envenenamiento masivo provocado por el aceite de colza desnaturalizado, un aceite de uso industrial derivado fraudulentamente para consumo humano. La intoxicación dejó más de 3.000 fallecidos y 25.000 afectados. En el descubrimiento de lo que estaba ocurriendo en aquel mes de mayo de 1981, porque al principio no se sabía por qué enfermaba tanta gente con unos síntomas tan poco frecuentes, tuvo mucho que ver Juan Casado, entonces un joven pediatra del Hospital Niño Jesús de Madrid.
El doctor admite que, aunque han pasado cuatro décadas, recuerda aquel mes de mayo como si fuera ayer. "Empezaron a aparecer en el hospital niños conmucha tos, con un sarpullido por todo el cuerpo y con una radiografía que simulaba que tenían mucha agua en el pulmón", relata Juan Casado. Por aquel entonces la Sanidad no estaba transferida a las comunidades autónomas y el Ministerio de Sanidad declaró que se trataba de "un microbio" porque en el esputo de un adulto se encontró un microbio y días más tarde, en la autopsia de otro adulto se encontró ese mismo microbio.
"Entró un miedo terrorífico entre los médicos, enfermeras y celadores porque pensábamos que era una enfermedad terrible y contagiosa", recuerda Casado, que era médico adjunto de la UVI y tuvo que tratar con estos niños. Las primeras directrices del Ministerio de Sanidad determinaban que se tratase con antibiótico, pero a las pocas semanas se percataron de que esa enfermedad no podía tratarse de un virus o bacteria. Entonces, el doctor Casado decidió crear un grupo de investigación y de tratamiento con médicos jóvenes y entusiastas donde sometieron a los niños a un riguroso protocolo de investigación clínica y epidemiológica.
Al paso de 2 semanas, los doctores descubrieron que los contactos no se producían como las infecciones, con un periodo de tiempo de contagio e incubación, "aparecían todos los miembros de una familia, pero no los compañeros de colegio o trabajo", explica. Además, fueron comprobando que la enfermedad tenía "una distribución caprichosa": por barrios, por casas o por pueblos. "Había casas donde estaban todos los miembros afectados y, sin embargo, en la casa de la acera de en frente no había ninguno contagiado". Muchos de esos niños, cuando se curaban y recibían el alta en el hospital, volvían a las semanas con la misma enfermedad.
Pronto sospecharon que no podía tratarse de una enfermedad infecciosa. Para hallar resultados, sometieron a los pacientes a una investigación; un grupo fue tratado con el antibiótico que recomendaban las autoridades sanitarias y a otro grupo les trataron con diferentes sustancias "hasta que comprobamos que ningún tratamiento era efectivo". Para entonces, ya sabían que unos leucocitos que hay en la sangre, que aumenta en las situaciones de alergia e intoxicaciones, estaban muy elevados y la inmonoglobulina E también estaba elevada. "Esto nos señaló que no era una enfermedad infecciosa, sino que era una intoxicación", comenta el doctor. En ese momento, los investigadores iban detrás de una intoxicación de productos que no consumían los bebés, porque no había ningún paciente menor de 6 meses.
Así, sometieron a casi 300 niños enfermos a una encuesta rigurosa y se comparaba con lo que consumían los niños que iban al hospital a las consultas externas y que no tenían la enfermedad. Al final, tras analizar todas las respuestas, pudieron comprobar que "lo único que diferenciaba a los dos grupos era el consumo de un aceite que se vendía en garrafas en los mercadillos de los pueblos". También compraron cómo los casos de esta intoxicación se producían en zonas como Leganés, Alcorcón y, en definitiva, barrios de clase obrera, y no ocurría en los barrios más ricos.