Jordi Corominas narra la historia de un crimen ocurrido en 1907 en la ermita del Cristo del Otero, una iglesia que toma su nombre no del santo a quien está dedicada -San Toribio-, sino del cerro donde está situada: el cerro del Otero, en Palencia, a unos 850 metros de altura. Por el historial truculento de esta ermita, cualquiera podría pensar que está maldita.