Especial Día de Difuntos: Recordamos a los que se fueron en el año del coronavirus
El de este año es un Dia de Difuntos distinto al de otros años. Porque este año ha muerto en España muchas más personas que el año anterior. O el otro. O el anterior al otro. Sus familiares comparten en Más de uno su memoria.
Irene Vallejo escribía ayer en El País que el aluvión de números, de cómputos, enfría la tragedia. Y que así como hoy vivimos pendientes de cuántos son, en la literatura de nuestros antepasados lo que palpita es la emoción y el duelo por quiénes son. En 'La Ilíada' nadie desaparece, por minúsculo que sea su papel en la epopeya, sin que se pronuncie su nombre, sin que se diga que era amado y sin que una voz recuerde sus talentos y sus esperanzas.
El de este año es un Día de Difuntos distinto al de otros años. Porque este año ha muerto en España muchas más personas que el año anterior. O el otro. O el anterior al otro.
Durante marzo y abril fueron muchos los oyentes que escribieron a Más de uno para hablarnos de vuestros familiares fallecidos. Hubo cartas de dolor y de rabia y hubo cartas que venían a rendir homenaje a aquellos que se habían ido de repente, que salieron de casa por su propio pie y ya no volvieron, que agotaron los últimos días de su vida en una UCI sin la familia cerca, que hubieron de ser enterrados, o incinerados, con tantas limitaciones de todo tipo que pareció casi casi clandestino.
De aquellos días conservamos todas las cartas.
Natalia, 27 años, de Alcalá de Henares. Nos escribió para hablarnos de su abuelo Crescencio, que tenía 87 cuando falleció en una residencia de Las Rozas. Sin despedida, sin duelo, con una ceremonia de apenas cinco minutos. Nos contó Natalia que, en adelante, no desaprovecharía un café con su familia, ni una tarde tonta en el sofá durmiendo al lado de sus padres. Era eso lo último que le había enseñado el abuelo: que los abrazos no se pueden dar siempre.
Sandra nos habló de José Luis, 74 años, sin hijos, cuya mujer acababa de fallecer a consecuencia del coronavirus. Él estaba en casa, en cuarentena, hacía tres días que tenía que haber ido a recoger las cenizas de su mujer, pero que se le hacía un mundo. Nunca pensó que tendría que despedirse de esa manera del amor de su vida.
Sylvie nos habló de su abuelo Ángel, que murió solo. Como no pudieron velarle, improvisaron un altar en el salón de casa, fotografías, velas, dibujos de las nietas y unas cucharas de madera (Ángel era ebanista). En el altar fueron colocando los mensajes que les mandaron los amigos y los familiares. Así hemos podido imaginar, nos decía Sylvie, que estamos todos juntos para devolvernos el derecho a decir adiós.
Recordamos a quienes se fueron en el año del coronavirus
Y, como éstas, cientos de historias. Hoy queremos invitarles a compartir con nosotros la memoria. De las personas que se fueron, este año, o el año anterior, o hace muchos años, pero que siguen formando parte de su historia, de lo que usted es hoy. Queremos recordar a quienes se fueron. Por el coronavirus, por una enfermedad que les salió al paso o por el deterioro que trae consigo la vida: morir de viejo, que es como morir sin necesidad de causa que lo explique.
Luis nos escribió el 4 de mayo, cuando estábamos con la desescalada. Me dijo que por entonces algunos vivían en una contradicción: la ilusión de volver a salir de casa y acudir a visitar a los mayores en las residencias y la frustración de no poder visitar ya a quienes habían fallecido. “Mi hermano de 62 años vivía en una residencia, por sus problemas de salud y la necesidad de estar atendido todo el tiempo. Cayó enfermo, respondió a la medicación, y superó -en apariencia- la enfermedad, pero ayer cayó en picado, y murió. El miércoles saldré de casa, no para hacer la compra, ni pasear al perro, ni acudir a la farmacia… saldré para ir con mi hermana al cementerio, a despedir a nuestro hermano”.
Hoy Luis nos ha contado lo duro que fue la muerte de su hermano y cómo le emocionó el comportamiento de un guardia civil cuando le paró para preguntarle dónde iba y le contó que que su hermano había fallecido.
Como hizo Luis, Ángeles también nos envió una carta al programa el día en el que falleció, en su caso, su madre, Angelita. Fue el 24 de marzo. La recuerdo porque en ella Ángela retrataba con mucha precisión la angustia que siente alguien cuyo único vínculo con un familiar ingresado era el teléfono por el que iba recibiendo las noticias del hospital. Noticias que casi nunca eran buenas. “No puedes desahogarte saliendo a la calle a gritar”, escribía Ángeles, en esos días de confinamiento. “A que te dé el aire, a lo que sea. Y es aún más duro cuando si además el encierro entre cuatro paredes tienes que hacerlo intentando mantener el tipo porque tienes dos hijos a los que no quieres asustar, pero sin tener ni puta idea de cómo lo vas a gestionar con ellos cuando llegue el momento. Es -decía Ángela- como estar atrapado en una olla a presión mal cerrada”.
Quiero creer que en el hospital todavía hay tiempo para darles a los enfermos algo de cariño que sustituya el quisiéramos darle nosotros. Porque mi madre lo merece, eso sí que lo merece: que alguien le coja de la mano y que mire con ternura esos ojos de color imposible, grises y verdes al mismo tiempo. Los ojos más bonitos del mundo sin lugar a dudas. Otra cosa que no le perdonaré a la vida es no haber heredado esos ojos.
Hoy nos ha contado Ángeles que tiene muchapena de no haber podido despedir a su madre como se merecía, en su pueblo y con toda la familia.
Ino padecía Alzheimer cuando falleció este pasado mes de mayo pero antes, cuando aún era ella, había sido como, dice su nieto Iván, una madraza y una abuelosa. Siempre coqueta, siempre arreglada, con sus tacones, con su ropa siempre a punto.
Inocencia tenía un apellido exótico: Von de Sehur. Me contaba Nuria, su nuera, que ella era hija de un holandés que se enamoró de una mujer cuando estaba de paso por Segovia. De ese matrimonio nació ella. Luego se casó con Rafael, un chapista, “entusiasta, buena gente, buen padre de familia”, decía Nuria, al que Ino cuidó durante mucho tiempo, después de que sufriera un ictus.
A falta de funeral, que aún no ha podido hacerse, las cenizas de Ino están al lado de las de Rafael, en su casa de Segovia, y entre ellos una foto de los dos bailando. Una foto que les puso ayer Nuria y que envió al resto de la familia para que el recuerdo sea de los buenos tiempos.
Su nieta Natalia se ha emocionado al recordarla lamentando que no aprovechemos el cariño de los que queremos cuando los tenemos, porque parece que van a ser eternos y no.