La gran conjura americana
Si fuerais buenos ciudadanos americanos, estadounidenses vaya, probablemente estaríais ya nerviosos. Mañana os lanzaríais a los supermercados a comprar cajas de cerveza y alitas de pollo y guacamole; haríais apuestas y tendríais el domingo reservado para una gran quedada con amigos para ver el gran show americano del año. La super bowl.
Madrid |
Se dice que es la tercera gran tradición nacional, después del cuatro de julio y el Thanksgiving, pero esta tradición tiene poco más de cincuenta años; y sin embargo, ya se ha colado de la conciencia común de tal manera que parece un espectáculo milenario.
Si no saben de fútbol americano, no se preocupen; el partido es lo menos importante. Lo más, como buena liturgia, es el envoltorio. El show arrancará con el himno nacional cantado por Demi Lovato, seguido por 30 minutos de juego, más o menos vistoso, intercalado por anuncios publicitarios millonarios, hechos para la ocasión, con estrellas del cine como Harrison Ford o Sarah Jessica Parker. Y después, por fin, el descanso.
El descanso de la Super Bowl es el gran centro de atención del día, la gran tradición, aunque sólo tenga veintisiete años. Y nació por la necesidad comercial, cuando la televisión se dio cuenta de que perdía 20 millones de espectadores en el descanso.
En 1993, la NFL sacó un conejo de la chistera. En el Rose Bowl de Pasadena, se anunció algo especial para el descanso. Y apareció Michael Jackson.
Fueron diez minutos de un concierto inédito, para cien mil espectadores que no habían pagado por él. Y el negocio se hizo monstruo.
Después de Michael llegó Diana Ross, y después James Brown y Aerosmith y U2 y los Who y los Rolling y Prince y Tom Petty y Madonna y McCarney y el pecho derecho de Janet Jackson.
Este año veremos a Shakira y a Jennifer López. Decenas de artistas que no cobran por el concierto pero que se convierten en figuras de talla mundial por estar exactamente en ese centro del campo.
Las entradas para el partido, casi treinta años después de Michael, cuestan unos cinco mil dólares.
La audiencia estimada es de cien millones de estadounidenses, que se van a comer más de mil trescientos millones de alitas de pollo y se van a beber más de cincuenta millones de cajas de cerveza. Y el negocio sigue creciendo.
Todo es exagerado un show que hace trascender el deporte a lo cultural y a lo nacional. Porque así es como ha logrado el fútbol americano identificarse con el espíritu del país, desbancando al baseball, ese juego lento y antiguo que los jóvenes ya no practican tanto. Prefieren la violencia del fútbol, el choque y la fuerza.
Lo dijo Philip Roth en su Gran Novela Americana ya en los años setenta: “El béisbol es lo que Estados Unidos quiere ser, pero el fútbol americano es lo que Estados Unidos es.”