Hace unas semanas saltó a la prensa una noticia que parece inexplicable. El caso de unos empresarios de Murcia que hace ya unos años se descubrió que habían pagado por tener relaciones sexuales con menores, pero que no van a pisar la cárcel a pesar de que ellos mismos reconocieron los hechos: admitieron que se habían acostado con niñas.
Han pasado diez años hasta que tuvieron que responder ante la Justicia. Quiénes se sentaron en el banquillo de la Audiencia de Murcia fueron tres mamis -Ruth Karina, Nelly Paola y Yesenia-; una captadora -Manuela-; dos conductores -Walter Giovanni y Martín Galo-; y siete clientes: José Antonio Arce López, José Jara Albero, Juan Martínez Fernández, Juan Peque Álvarez, Antonio Giménez Pelegrín, Antonio Morales Nicolás y Juan Castejón Ardid. Todos los procesados fueron condenados, aunque tan solo tres entrarán en la cárcel: dos mamis -Ruth y Nelly- y un conductor, Walter Giovanni. Ruth fue condenada a dieciséis años y los otros dos, a doce.
Yesenia, la tercera proxeneta, fue condenada a seis años; Martín, el segundo taxista, a un año y tres meses, y Manuela, la captadora, a seis meses. Los siete puteros, los clientes, fueron condenados a penas de entre cinco meses y dos años, pese a que como habéis dicho admitieron haber pagado por mantener relaciones sexuales con las chicas sabiendo que eran menores.
Todos han llegado a un acuerdo con la Fiscalía de Menores para no entrar en la cárcel a cambio de indemnizar a las víctimas con cantidades que oscilan entre los 540 y los 4.320 euros, a pagar multas, a realizar un curso de reeducación sexual y a no tener contacto con la chicas. Esto ha sido posible por varias razones, una tormenta perfecta...
¿Por qué no entran en la cárcel?
En primer lugar, han pasado diez años desde que se produjeron las detenciones. Los cambios de jueces, el parón que provocó la pandemia de COVID, los recursos de los abogados defensores... Todo eso dilató el procedimiento y esa dilación ya supone una rebaja automática de la pena en un grado.
Además, ninguna de las víctimas se personó en el procedimiento como acusación particular, así que para llegar a un acuerdo bastaba que la fiscalía y las defensas se pusieran de acuerdo. Y, por último, y esto es importante, cinco de las once víctimas de la trama (que en el momento de la operación policial tenían entre catorce y diecisiete años) se mostraron favorables a que los puteros no entrasen en prisión, cuatro se opusieron y dos no se pronunciaron. La sala no tenía la obligación de consultarlas, pero lo hizo.
¿Cómo descubrió la Policía esta trama de prostitución de menores?
Como en tantas otras ocasiones, todo empezó de forma casual. En agosto de 2014, los padres de una chica de dieciséis años acudieron a la Policía para denunciar su desaparición. Contaron que, pese a que no trabajaba, mantenía un altísimo tren de vida. La Policía averiguó pronto que la chica desaparecida estaba siendo prostituida por una mujer ecuatoriana conocida como Yeni, que presumía de tener a su disposición un catálogo de cuatrocientas chicas, en las que las estrellas eran crías de entre catorce y diecisete años.
Los encuentros sexuales de la menor se producían en la casa de Yeni, así que la Policía intervino su teléfono y comenzó a vigilar ese domicilio. Fue el principio de la Operación Baúl, que llevaron a cabo la UCRIF y el GRUME de la Jefatura de Policía de Murcia.
Las vigilancias sirvieron para identificar a más menores prostituidas y para poner nombres y apellidos a los clientes de la trama. Uno de los primeros en ser identificado fue un septuagenario llamado Juan Castejón, promotor inmobiliario y expresidente de los empresarios de Cartagena.
LUIS.- La policía identificó a más chicas y a más mamis, como Nely, una mujer boliviana que se quedaba con la mitad del dinero que las chicas cobraban de los clientes. La policía creía que estaba ante una red exclusivamente latinoamericana hasta que detuvo a una tercera mami, Ruth Karina, una boliviana. En su casa se localizó a una niña española de solo quince años, que le contó a la policía que había ido a prestar un servicio sexual a las nueve de la mañana.
¿Cómo era posible que esta red captase a chicas tan jóvenes?
Esa niña española contó que le introdujeron en este mundo dos compañeras de colegio que le presentaron a Karina, la madame, que resultó ser amiga de la madre de una de ellas. Declaró que Karina le invitó a comer en un Burger King y le dijo que conocía hombres a los que les gustaban las chicas muy jóvenes. Que se podía forrar, que media hora con ellos eran 50 euros y una hora, 100. La cría le dijo que tenía miedo, que nunca había hecho eso y Karina le dijo que no pasaba nada, que a ellos solo les gustaba tocar y besar, que le iban a respetar y que acudían a los encuentros muy limpios y aseados.
También se captaba a las chicas en discotecas light de ambiente latino del barrio del Infante y una de las captadoras de la red rastreaba en Internet los anuncios en los que menores se ofrecían para cuidar niños y ancianos. Una de las chicas a las que captaron por esta vía cuando tenía dieciséis años de camino a su primer servicio le dijo a la madame que era virgen.
La chica se salió de la red tras una terrible experiencia: su cliente era un tipo al que llamaban ‘El capitán’ que en realidad era Antonio, un subteniente de la Guardia Civil jubilado, de ochenta y dos años, uno de los condenados. El relato de la adolescente es tremendo. Nos limitaremos a contar que el tipo iba ciego de Viagra y que trató de penetrar a la fuerza a la menor cuando ésta se negó.
Demostrar que los clientes sabían que eran menores
La Policía tuvo que demostrar que todos esos clientes sabían perfectamente que estaban teniendo relaciones sexuales con menores. Porque, de lo contrario, no podrían haber detenido a ninguno de ellos.
Esa fue la parte más complicada de la operación Baúl. De hecho, en un principio se detuvo a catorce clientes de la red y al banquillo solo llegaron la mitad, de los que se pudo acreditar que sabían por lo que pagaban. La investigación halló muchas pruebas de ello.
Una de las chicas le contó a la policía que un cliente al que ella y otra chica de su misma edad fueron a hacer un servicio, les preguntó la edad después de que la madame le dijese que estaban un poco asustadas: ellas no mintieron, dijeron que tenían quince años. Una chica boliviana de dieciséis años le reveló a su cliente su edad después de que éste tratase de tener sexo con ella sin preservativo.
Otro de los clientes, al recibir en su teléfono la foto de una de las niñas, de diecisiete años, que le envió una madame, le contestó: “Está bien, pero me gustan más jóvenes”. La respuesta no deja lugar a dudas: "Tengo una de dieciséis años. Para usted". Y otra chica española contó que Karina le avisaba de que le tenía que decir a los clientes que era menor de lo que era realmente. En otro de los mensajes, una de las mamis hablaba con un cliente. Éste le pide: "Mándame algo nuevo y joven". La proxeneta le responde: "Esta es Carla (nombre ficticio), dieciséis años. Hay esta otra de quince. También de diecisiete".
Los perfiles de los hombres que tenían sexo con menores
En los catorce clientes identificados en la operación policial -recordemos que al banquillo llegaron la mitad- había de todo. Hombres entre los treinta y los ochenta y seis años. Entre ellos había un propietario de farmacias, el dueño de una empresa de importación y exportación, un apoderado de una compañía, un camarero, el conserje de un colegio, un empresario de frutas y verduras, un dependiente de una tienda de objetos de segunda mano…
Uno de los episodios que quedó impune fue las visitas que algunas de las menores hicieron a un céntrico despacho de abogados de Murcia. Una de las víctimas explicó a la Policía que su primer servicio, tras ser captada por la boliviana Nelly, fue en ese despacho de abogados. La joven iba acompañada de una amiga –ambas menores de edad– y de la madame y, tras tomar unas copas en un local cercano, subieron al bufete, donde se produjo el encuentro sexual.
Días después, la cría regresó a ese mismo despacho, donde, acompañada de otras dos chicas, volvió a encontrarse con tres letrados y, tras jugar al 'strip poker,' participó en una orgía. La investigación no permitió llevar al banquillo a esos abogados, porque no se pudo acreditar que supieran que las chicas eran menores.
La labor de ONGs como APRAMP
Estas mujeres nunca podrán ser una mujeres normales después de lo que han vivido. Pero también es cierto que se ha hecho todo lo posible para conseguirlo y aquí entra en juego un elemento, un actor, como se dice ahora, fundamental: APRAMP, una ONG dedicada a ayudar a mujeres víctimas de la trata de seres humanos que estuvo con esas menores desde el primer día. De hecho, estuvieron presentes en las primeras exploraciones a las chicas, junto con la Policía.
APRAMP llevaba desde el año 2008 advirtiendo de que la prostitución de menores era ya un hecho en España y de que había clientes, puteros, que lo que buscaban era precisamente eso, niñas. Con las chicas de Murcia trabajaron en la sombra, protegiéndolas también de la prensa para preservar su identidad. Lo cierto es que, pese a esa labor, algunas de ellas aún sufren secuelas y continúan en tratamiento para atenuar las consecuencias de lo que vivieron cuando eran unas niñas.