La película 'La infiltrada', dirigida por Arantxa Echevarría, trata de la historia real de una policía nacional que estuvo ocho años infiltrada dentro de ETA y cuyo trabajo permitió desmantelar el Comando Donosti. A menudo, equipos de la Policía, la Guardia Civil y también servicios de inteligencia, intentan meterse hasta la cocina, agujerear no solo los grupos terroristas, sino también los grupos de delincuencia organizada, los neonazis… todos aquellos que pueden ser una amenaza para la sociedad.
¿Qué es un infiltrado?
Un infiltrado es una persona que acepta entrar dentro de una organización criminal, vivir con los malos, ser uno más de ellos. Y facilitar información de todo lo que van haciendo y de sus planes a su controlador o su manipulador, que así se llaman, ya sea un guardia civil, un policía o un agente del CNI. Ese controlador se convierte en su única conexión con el resto del mundo, con su vida digamos anterior.
En España, la mayor experiencia en infiltrados, con éxitos y fracasos, la hemos tenido con la banda terrorista ETA. Veteranos policías y guardias civiles nos han explicado que durante muchos años estuvieron ciegos ante ETA, no tenían ojos ni oídos en la banda. Fueron años de plomo, de muchísimos asesinatos. Y fueron años en los que entonces se llamaban topos jugaron un papel muy arriesgado y también fundamental en la lucha contra el terrorismo.
Los primeros "topos" en ETA
En los primeros tiempos, la mayoría de los infiltrados en ETA en esa época fueron civiles. Y lo hacían básicamente por dinero. Eran gente a veces vinculada con el mundo de la droga o que tenían problemas con la justicia. Al convertirse en topos ganaban dinero y también conseguían que sus problemas con la ley se perdieran en algún cajón o fueran tratados con generosidad. Estos eran la mayoría de los casos entonces.
También había un pequeño grupo, nos han hablado de muy pocos casos, de personas que aceptaban convertirse en topos o infiltrados por venganza, por rencor personal hacia gente de ETA.
Luis Casares, colaborador por despecho
Hubo varios casos, por ejemplo, de gente a los que un etarra les levantó la novia en su pueblo y ellos decidieron pasarse al otro bando. La historia más sangrante de este tipo la protagonizó o la sufrió un hombre llamado Luis Casares, que vivía en la zona de Eibar, en Guipúzcoa. Casares era colaborador de ETA, no estaba fichado, y aceptó esconder en su casa a varios terroristas del comando Eibar.
Lo que ocurrió fue que el hombre salía a trabajar cada mañana y en su casa se quedaban los terroristas, que casi no salían. En la casa estaban también la mujer y la hija de Casares, que se encargaban de hacer la comida y la compra y digamos que intimaron bastante con los dos terroristas, demasiado para el gusto de Casares, que acudió a la Guardia Civil y empezó a colaborar con ellos.
Esos infiltrados civiles empezaron alrededor de los años ochenta del siglo pasado, los años de plomo, así se llamaron. Casares llama a la puerta de la Guardia Civil en 1988. Y su primera misión como infiltrado fue delatar, claro, a los etarras que estaban en su casa y abusaron de su confianza. Así cayó el comando Eibar. Pero su infiltración duró años.
ETA siguió confiando en él y Casares pasó información que fue el principio de quizás la mayor operación antiterrorista de España, la detención de los tres jefes de ETA poco antes de los Juegos Olímpicos, en Bidart, en 1992.
Luis Casares murió tres años después de ese gran éxito, al que por cierto él no supo nunca en qué medida había contribuido. Su infiltración fue un éxito rotundo, tanto que su funeral, en 1995, fue organizado y pagado por Gestoras Pro Amnistía, un grupo satélite de ETA y sus presos. Allí llegó una corona de flores sin firma que decía: “Tus amigos no te olvidan”. La pagaron varios guardias civiles que habían sido sus manipuladores.
Guardias civiles y policías infiltrados
Casares y el resto de civiles que se dedicaron a esto se jugaban la vida a diario. Por ello, surgieron los guardias civiles y policías infiltrados. Se seleccionan guardias o policías muy jóvenes, en las academias, chavales veinteañeros. Los preparan y los colocan en la pecera o en el escaparate para que la gente de ETA se fije en ellos y los elija. Son guardias y policías a los que se construía una vida.
Podían ser hijos de emigrantes que se fueron de España durante el franquismo, simpatizantes de movimientos okupas o anarquistas, en aquellos años por ejemplo se usaba bastante la cobertura de ser insumisos, gente contraria a hacer la mili, algo que entonces te podía incluso llevar a la cárcel.
El mejor infiltrado de la historia en ETA
Esa fue la cobertura con la que la policía situó en el escaparate a Elena, que llegó a vivir con los asesinos del comando Donosti, la única mujer infiltrada de la policía nacional. No haremos spoiler. Nos centramos en el mejor infiltrado de la historia en ETA, el otro gran éxito además de Elena. Se llamaba y se llama, porque la semana pasada nos dijeron que estaba vivo y coleando, Joseph o José. Quizás ya no se llame así, claro.
José o Joseph Anido era un joven aspirante a guardia civil cuando fue elegido para infiltrarse, para colocarlo en el escaparate. El que fue su manipulador durante años nos contaba que tenía muchas ventajas. No hacía falta construirle una tapadera, una vida falsa. Joseph era hijo de emigrantes que se habían ido a Francia huyendo de la dictadura franquista. Así que solo tuvieron que construirle un año de su vida, el año, claro, que había estado preparándose para infiltrarse en ETA.
Decidieron que su historia para acercarse, para colocarse en el escaparate, debía ser que había pasado un año en Latinoamérica, simpatizando con grupos izquierdistas, indigenistas… Así que su manipulador viajó con Joseph a varios países latinoamericanos y allí se hicieron fotos, un álbum más o menos izquierdista, indigenista, sellaron pasaportes y Joseph vivió experiencias que luego podría contar cuando le colocaran en el entorno de ETA.
Los etarras mordieron el anzuelo
Funcionó muy bien. Pasó varios años infiltrado. No fue sencillo y duró varios años. Joseph fue ganándose la confianza de la organización. Empezó siendo camarero de un bar frecuentado por los etarras y allí ya tuvo experiencias duras. Por ejemplo, allí celebraban los etarras brindando y festejando los asesinatos de la banda, algunos de ellos en los que caían compañeros del propio Joseph. Él les ponía las copas y participaba bebiendo y cantando, claro.
Fue un infiltrado paciente, siempre dispuesto, pero sin alardes. Y fue creciendo. No nos han dado muchos detalles, como es lógico, pero su carrera llegó a lo más alto cuando lo eligieron para ser el chofer del entonces jefe militar de ETA, Mikel Antza, que vivía en el sur de Francia.
Joseph llevaba al jefe de ETA a todas las citas. A veces le pedían que enviara mensajes escritos a otras personas, escuchaba algunas conversaciones, pensamientos en voz alta de Antza… Fue un infiltrado impagable, porque caían comandos de ETA y nadie sospechaba de él, estaba muy adentro pero era un tipo que pasaba desapercibido.
¿Los infiltrados se retiran a tiempo, antes de ser detectados?
El caso de Joseph es un buen ejemplo de cómo acaban o, mejor, de cómo pueden acabar. Joseph había hecho varios amigos en ETA, claro. Uno de ellos era Zorion Zamakola. Nunca se supo el motivo con certeza, pero un día Zamakola se presentó en casa de los padres de Joseph, que seguían viviendo en Francia. El infiltrado le había contado su historia de refugiados políticos. El caso es que Zamakola, quizá porque pasaba por la zona, quizá buscando una casa segura, acudió a la casa de los padres del que era el chófer del jefe de ETA. Se presentó como amigo de Joseph y el padre le recibió y le dejó en el salón mientras le preparaba un café.
Cuando el padre volvió, el etarra ya no estaba, se había ido de allí precipitadamente, sin despedirse. En el salón había una fotografía enmarcada de Joseph el día de su jura de bandera como guardia civil. El padre estuvo muy rápido y llamó a su hijo. En esta infiltración, por suerte, había una cobertura, una tapadera real, y el hijo llamó corriendo a su manipulador, un oficial de la Guardia Civil, y consiguieron extraerlo, sacarlo de allí sano y salvo, aunque no nos han contado cómo.
¿Qué pasa con estos infiltrados cuando acaban este tipo de servicios?
Ha habido finales para todos los gustos. Si los infiltrados son guardias civiles o policías, los que han hecho servicios más delicados en la lucha contra ETA, suelen ser destinados a alguna embajada, lejos de su teatro de operaciones. Cambian de nombre, de vida… Hay otros que siguen trabajando en destinos convencionales sin que nunca se sepa lo que hicieron en su pasado.
Los civiles que se infiltraron por dinero o por otros motivos menos honorables lo tuvieron más difícil. Cobraban en billetes, eran pagos de fondos reservados. Era legal, pero no cotizaban a Hacienda ni a la Seguridad Social, claro. Muchos de ellos eran gente resbaladiza, vinculada con las drogas, la delincuencia y, a veces, en los primeros años, con movimientos de extrema derecha. El mejor ejemplo de eso, un infiltrado que terminó regular fue el conocido como Cocoliso.
José Luis Arrondo, Cocoliso
Cocoliso era un ultraderechista llamado José Luis Arrondo. Se hizo pasar por refugiado político en Francia en los años finales del franquismo. Consiguió ganarse la confianza de dos etarras y los acompañó a cruzar clandestinamente la muga por la playa de Hondarribia el 20 de mayo de 1975. Allí los etarras fueron acribillados por la Guardia Civil, que los estaba esperando.
Ya hemos dicho que Cocoliso era un tipo turbio. En los años ochenta andaba en círculos ultraderechistas en Madrid. Fue uno de los tipos que robó el furgón blindado de la empresa Candi que conducía Dionisio Rodríguez Martín, alias el Dioni, el 28 de julio de 1989, cerebro de la operación. Un golpe de casi 300 millones de pesetas.
Cocoliso se llevó 50 millones de aquel asalto. No pudo disfrutarlos porque murió meses después en un accidente de tráfico cuando conducía su Mercedes en una carretera de la provincia de Málaga.