Se necesita agente secreto. Autosuficiente, uso razonable de las nuevas tecnologías, capacidad de infiltración, don de gentes y octogenario, sobre todo, octogenario. Su misión es infiltrarse en una residencia de ancianos para asegurarse de que a una de sus residentes se le da un buen servicio. Y hasta ahí voy a contar, pero digamos que no es una película de espías.
El documental se llama 'El agente topo' y, aunque al final no haya ganado el Óscar, plantea una manera inteligente de tratar un asunto muy serio: la vejez y las residencias. A lo trascendente se suele llegar mejor con el sentido del humor y con la ternura. Hacerlo no resta fuerza al retrato de un mundo, nuestros mayores, que hemos colocado convenientemente fuera de nuestra vista.
Hablaba Alsina el sábado pasado en su comentario con Juan Diego Guerrero, sobre el gozo radiofónico de haber tenido en la misma semana a los viejos rockeros Francisco Ibáñez, Raúl del Pozo y Manuel Vicent. Estos dos últimos son vecinos, compañeros de correrías en pretérito y de vacunas en presente. Vicent hizo un buen resumen del carácter relativo de la juventud y de la vejez: "La juventud es tener proyectos con una salud razonable", dijo Vicent.