La emotiva introducción de Carlos Alsina que ha provocado las lágrimas de Estrella Morente
Estrella Morente ha venido a presentar su nuevo disco ‘Copla’, pero no ha podido evitar emocionarse con la introducción que Carlos Alsina ha hecho, recordando a su padre, Enrique Morente.
La cantante se emocionó durante la lectura de la introducción de Alsina, en la que recordaba su niñez y la figura de su padre, el cantaor, Enrique Morente. Aquí puedes leer el texto completo:
En qué momento la hija de un genio empieza a entender de quién es hija. Con cuántos años. Habiéndole sucedido qué.
“Si yo encontrara la estrella que me guiara, Yo la metería muy dentro de mi pecho y la venerara, Si encontrara la estrella que en el camino me alumbrara”.
En qué momento Estrella sabe que es hija de una especie de dios al que miles de seguidores veneran.
Morente dijo que el cante se aprende en el aire. Que no es algo que se pueda estudiar en la academia. El cante, más que aprenderse, se respira. Hay una ráfaga de viento, un quejío, que te toca y te deja marcado de por vida. De Morente dicen que le gustaba el jolgorio de los críos. Y que cuando algún adulto, molesto por la algarabía, pedía silencio, él se rebelaba y para que nadie mandase callar a los niños.
De Morente dicen que cuando nació su primera hija, fue escucharla llorar y entender qué era lo que le dolía. Los médicos diagnosticaban cólicos intestinales. Pero el diagnosticó que a la cría le dolían los instintos. Los intestinos dirás. Que no, que le duelen los instintos.
Y es que esa niña, aunque llevaba pocos días en el mundo, ya había aprendido más cante en una semana que muchos otros en cien años. Porque estaba en el aire. Un padre cantaor, una madre bailaora, un abuelo que era en sí mismo una guitarra.
De la familia Morente se dice que cuando la recién nacida, Estrella, se ponía a llorar, venía el abuelo con la guitarra y le hacía unas bulerías, unos fandangos, una soleá. La niña ya seguía entonces el compás con su canto. En el aire estaba. La música. La palabra. Porque la niña dejó claro que iba a ser cantaora el mismo día en que en el aire de la casa flotaban las notas de la guitarra de Sabicas. La niña, de siete años, se coló en esa reunión de mayores y le cantó una taranta al maestro, dando un golpe en la mesa y confirmando las certezas de su padre, y de su abuelo.
En el aire estaba. La música. La palabra. El aire de una casa donde el padre lee a León Felipe y a Quevedo porque dice que el cante es mejor si el texto es bueno. Un padre que, llegado el día, te sube de la mano a un escenario y te dice sí, es verdad: este es tu mundo, nuestro mundo.
“Ay papaico de mi vida, no puedo andar, se me han roto las alpargatas y se me ha clavado un cristal”.
En el aire queda la voz, la música y la palabra. También cuando la voz que te inspiró, la voz que te acunó, la voz que te crio, la voz que te enseñó…un mal día se apaga. En la UCI de un hospital. Dejando tantas cosas por decir, tantas cosas por cantar y tantas cosas por enseñarte. El aire se vuelve espeso por la ausencia inesperada. El aire pesa.
Incluso en el cielo más oscuro, pasado el tiempo se van abriendo claros. Y la voz que parecía haberse apagado sigue viva, ahora, en las voces de otros.
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