Con la prole sentada en torno a la mesa. Con su salsa de arándanos. Y sus boniatos. Y su tarta de calabaza. Y un invitado que no es de la familia pero que es el nuevo novio de la hija, o del hijo. Y entonces la familia, delante del nuevo, empieza a restregarse los trapos sucios que atesora desde hace años. Los rencores más hondos. Las rivalidades más antiguas. El mal rollo. Y acaba aquello como el rosario de la aurora con uno que se va dando un portazo, otros que ya no abren más el pico, los niños con los ojos como platos y la cocina llena de cacharros y de restos del maldito pavo. O sea, la Nochebuena en versión norteamericana.
Demos gracias esta mañana a Manuela Carmena, que introduce nuevos elementos en el gran debate pre navideño para variar un poco el repertorio que arrastramos desde que acabó el verano.
Madrid estrenará las calles peatonales de sentido único. Atención, amigo peatón, que las normas del tráfico también te afectan. El Ayuntamiento ha confirmado lo que adelantó ayer El Mundo. Que en caso de aglomeraciones en las calles que parten o desembocan de la Puerta del Sol, los guardias podrán decidir que todo el mundo camine en el mismo sentido. Todos para arriba. O todos para abajo. 'Ay, que yo iba a la Casa de Correos'. '¡Señora, para Callao!'. Calles en un sentido, calles en otro. Como pasa con los coches, pero sin señales de prohibido y sin semáforo. Y sin multas, claro, que se sepa. Imagina que te para el guardia para pedirte los papeles porque estás caminando en dirección prohibida. Aparque aquí un momento, para el motor —digo las piernas—, el carné de peatón, que le voy a quitar dos puntos. No está claro qué pasa si un ciudadano se insubordina. Si alega, por ejemplo, que él es libre para elegir en qué sentido camina: el derecho a decidir, en versión transeúnte. Y tampoco si pondrán señales para avisar dónde puede hacerse el cambio de sentido —vaya usted todo San Bernardo arriba y en la glorieta puede hacer el giro—. Hay gente despistada que se pone a caminar recto y ya no para. Acuérdense del señor aquel que iba para Toledo, se equivocó de salida y acabó en Murcia preguntándole a un paisano si es que habían tirado el Alcázar para poner huerta.
¿Cuándo empieza esta experiencia tan novedosa? Mañana mismo. Que para eso es Black Friday. Otro invento estadounidense que también ha calado entre nosotros. Ha calado entre nosotros porque nos han calado a nosotros. Aquí, el que no quiere no compra. Pero admitamos que nos da un subidón de autoestima cuando creemos haber agarrado la madre de todas las gangas.
El Black Friday es el viernes negro. Cuando terminado Acción de Gracias el personal empezaba a ir a las tiendas y los números rojos se volvían negros. Ganaban dinero en los comercios.
El Black Friday en euskera me han dicho que se dice "Ostiral Beltza". El Black Friday de Urkullu será entonces el Ostiral Beltza urkúllico.
Hombre, para perder dinero un no apoya ni a Rajoy —que es un señor con mala prensa entre los nacionalistas— ni los Presupuestos del Estado —que es la oportunidad que tienen los grupos minoritarios de hacerse valer en un Parlamento donde el gobierno no tiene mayoría. A Urkullu, al PNV, se le apareció la Virgen el día que el PSOE de la gestora susanista hizo suyo el "no es no" de Sánchez en su versión presupuestaria. Le dijeron a Rajoy que tuturú y al presidente survivor no le quedaba otra que ponerse a cortejar a los nacionalistas vascos. Urkullu fingió al principio que no iba a poder ser —le encargó a su portavoz Esteban que dijera en el Congreso que no lo veía— pero al mismo tiempo empezó a echar cuentas. Y vio el cielo abierto, claro. Si Rajoy quiere Presupuestos, que pase por ventanilla y me firme a mí un cupo adelgazado para los próximos cuatro años. Como esto del concierto consiste en ver cómo se calcula lo que la administración vasca aporta al Estado, asegurémonos de que las cuentas nuevas sean más favorables a los intereses autonómicos. Y oye, Rajoy entendió lo mismo que Urkullu —que no tenía otro posible socio—, mandó callar (mandó tragar) a Montoro (házle descuento a Urkullu, Cristóbal) y le dijó amén al lendakari. Con la condición, no escrita pero sí sobrentendida, de que el PNV apoyaría los Presupuestos del 17 y los del 18.
Y así hemos llegado hasta aquí. Hasta el día en que el Congreso va a aprobar el nuevo cupo con el aplauso de todos los partidos que quieren tener contentos a sus votantes vascos y el único rechazo de Ciudadanos y de Compromís. Que opinan que hay trato de favor. Y que unos sufren las diferencias mientras otros disfrutan de las deferencias.
Hoy sale el cupo adelante. Lo siguiente será el empeño del gobierno por sacar adelante los Presupuestos. Con el PNV de nuevo, naturalmente. Y ahí es Urkullu quien tendrá que admitir que esto del 155 le ha venido bien al final incluso a él. El día 21 se celebrarán las elecciones catalanas, comenzará una nueva etapa gane quien gane, se acabará la intervención de la Generalitat y ya no tendrán que hacer los peneuvistas cada semana en el Congreso el número del nacionalista escandalizado que se rasga las vestiduras contra el gobierno centralista. Después de todo, y como sabe Urkullu, fue el torpe Puigdemontquien no supo jugar sus cartas y dejó pasar la ocasión de ser él quien convocara las autonómicas.
A Montoro le ha dicho el fantasma de Flandes que en lugar de preocuparse tanto de su sueldo se ocupe de recuperar el dinero del rescate bancario. Puigdemont, cada vez más ducho en mezclar churras con merinas y darse cada día un baño de demagogia. Los catalanes se van a ahorrar medio millón de euros que habría percibido este señor de haber aceptado que ya no es presidente de la Generalitat y haber solicitado esta paguita por cese en el cargo. Como él se sigue considerando presidente, pues no cobra. No cobra esta paga, porque el sueldo de diputado, claro, ese sí lo tiene, en la indigencia no está. Aunque haya gente de su entorno tremendamente preocupada porque tienen la impresión de que siempre sale con el mismo traje.
Ni el fantasma prófugo ni sus cuatro mosqueteros en fuga se han apuntado para votar el 21 desde el extranjero. Lo cual hace pensar que, o están mucho menos interesados de lo que dicen las elecciones autonómicas y se les ha pasado (la actividad agotadora que tienen los Comín y las Ponsatí no debe de dejarles ni un minuto libre), o pretenden venirse a España el día de las urnas. No a votar, se entiende, sino a que los detengan.