OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Cuanta más mordaza quiera el juez, más altavoz habrá sobre Football Leaks"

Se puede poner el juez Zamarriego como quiera que la mordaza no va a prosperar. Al revés, cuanto más intente silenciar el juez más altavoz va a conseguir que haya.

ondacero.es

Madrid | 28.10.2017 12:29

La información sobre la ingeniería fiscal de futbolistas blancos va a seguir saliendo. Por supuesto que sí. Como salió antes lo de Messi, lo de Mascherano, y como han salido casos a espuertas que afectaban a profesionales de otros ámbitos. Empresarios, periodistas, políticos. Bien sabe Zamarriego —su señoría Zamarriego— que cuando un asunto comprometido y secreto acaba viendo la luz acostumbra a ser porque alguien le ha echado mano a un papel que no era suyo y se lo ha pasado a la prensa. Lo relevante —o lo más relevante— es si lo que dice ese papel es cierto.

El grupo de diarios europeos que ha recibido papeles comprometedores sobre los ingresos reales de profesionales del fútbol muy destacados (o sobre la falta de concordancia entre lo que de verdad perciben y lo que declaran) no va a dejar de difundir el resto del material que tiene en su poder. Hoy mismo hay novedades sobre Modric, Coentrao y Pepe, investigados los tres por la Agencia Tributaria por el supuesto paripé de ceder sus derechos de imagen a sociedades offshore que en realidad controlaban ellos mismos, eran ellos mismos. En el caso de Coentrao y a Pepe cedieron esos derechos por la sospechosa cantidad de un euro. Vendes tus derechos de imagen por un euro a una sociedad que después ingresa varios millones de euros por ese concepto. ¿Por qué? La respuesta parece obvia: para no tener que tributar tú ese dinero como ingresos profesionales sometidos a IRPF. En El Confidencial añaden el nombre de Di María, que habría utilizado para gestionar sus derechos de imagen —u ocultar presuntamente ingresos, como prefieran— la misma sociedad que Cristiano y Mourinho. Todos hicieron lo mismo, presuntamente, y a todos les servía para lo mismo.

El juez Zamarriego, según se supo anoche, no sólo ha prohibido a El Mundo publicar todo aquello que tenga como origen la documentación confidencial del bufete Senn Ferrero. Ha enviado el mismo requerimiento a los otros diarios europeos que forman parte de este consorcio de medios. Ninguno de ellos tiene intención alguna de abandonar la publicación porque ningún periódico se come con patatas una documentación que considera informativamente relevante sólo porque un juez considere ilícita la forma en que el material fue obtenido, no por los diarios sino por la fuente que les ha proporcionado los papeles.

Desde que Nixon intentó callar al New York Times y al Washington Post consiguiendo que un tribunal les prohibiera publicar los papeles del Pentágono es sobradamente conocido que los diarios, mientras pueden soportar la presión, publican. Y lo más que acaba pasando es que alguna instancia judicial tiene que pronunciarse sobre el conflicto de intereses: el interés público de la información confidencial destapada y el interés de los abogados por preservar la información reservada de sus clientes. El Supremo estadounidense, en su día, falló a favor de los diarios y en contra del tribunal inferior que les había prohibido publicar. La Audiencia Nacional, en España, avaló la difusión de la lista Falciani aun sabiendo que éste se la había llevado del banco para el que trabajaba.

Ladrarle a la luna, señoría, sirve para hacer ruido, pero no para que la luna, rendida, se acabe escondiendo.

Quién presidirá Francia a partir de mayo. Y con qué idea de país. Cinco años después del regreso del Partido Socialista a la presidencia, nadie da un duro porque el nuevo presidente vuelva a ser un socialista. Manuel Valls, primer ministro hasta hoy y antes ministro del Interior, disimuló siempre poco que su meta final era el Elíseo. Anoche confirmó que se postula como candidato y que competirá, por el cartel electoral, con los otros siete aspirantes que ya han dado el paso. ¡Siete! Esto visto desde España resulta entre increíble y marciano: aquí lo más que tenemos con primarias con dos o tres aspirantes, siete a la vez no sabríamos ni cómo gestionarlo.

A favor de Manuel Valls pesa lo mismo que en su contra: haber dirigido el gobierno de Hollande en unos años poco apreciados por la mayoría de los franceses. Eso, y una posición que él define como de centro izquierda pero que el ala más izquierdista de su partido opina que está más próxima a la derecha que al centro. Aunque anoche hizo un canto a la reconciliación de las izquierdas, los peores enemigos los tiene dentro.

Las encuestas sitúan como favoritos para disputar la segunda vuelta de las presidenciales a Francois Fillon, proclamado ya candidato del partido conservador, y Marine Le Pen, líder indiscutida de la extrema derecha. Que Valls consiga ser el candidato socialista está por ver. Que llegue a la segunda vuelta es poco menos que imposible.

“No creía que me odiaran tanto”, les dijo el italiano Renzi a sus colaboradores la noche en que perdió el plebisicito y la presidencia del gobierno. Se entiende que se refería a los italianos que le dieron la patada en el trasero, aunque bien podría hacer extensivo el lamento a sus compañeros del Partido Democrático que han iniciado ya el ajuste de cuentas interno. La posibilidad de que Renzi, aun habiendo perdido, se someta de nuevo a una investidura y saque adelante el aval para seguir presidiendo el gobierno choca con la resistencia de su propio partido y con su propia coherencia. El domingo dijo que dimitía y eso es lo que va a hacer, aunque se haya aplazado la renuncia al viernes para dar tiempo que el gobierno apruebe las cuentas públicas de 2017 —ahí han metido presión los socios europeos— y a que el presidente de la República encuentre la salida del laberinto: o elecciones (que no parece) o un gobierno presidido por el actual ministro de Economía (nueva concesión a los socios europeos y a Bruselas).

La hecatombe bursátil que habían anunciado los profetas del miedo no llegó a consumarse: sólo la bolsa italiana acusó la incertidumbre política, el resto de las plazas se comportaron como en un día cualquiera. Draghi aún no ha tenido que manifestarse y el apocalipsis, una vez más, se ha dejado para más adelante. Dudas hay, muchas, sobre la estabilidad del nuevo gobierno y sobre el efecto que eso puede tener en la renqueante banca italiana. Pero el Renxit está siendo un terremotino muy menor en comparación con el Brexit o con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. La izquierda italiana, como la francesa, anda a la búsqueda de nuevo líder.

En España ejerce ya de líder no oficial del PSOE Susana Díaz, a la espera de un Congreso del partido para el que nadie, salvo Pedro Sánchez, manifiesta urgencia alguna. El PSOE de la gestora Fernández es de inspiración susanista y de vocación pactista. Sus primeros acuerdos con Mariano Rajoy son munición para Podemos, cabalgando el discurso de la gran coalición encubierta, pero son, sobre todo, bazas para el actual equipo dirigente: logros que presentar ante el electorado como conquistas de izquierdas que han conseguido arrancarle al gobierno conservador.

Una estrategia como ésa requiere de uno que arranca y otro que se deja arrancar. Es decir, que la estrategia es cosa de dos. Rajoy cuida al PSOE entregándole bazas con las que poder cargarse de argumentos (fortalece al socio) y a la vez puede utilizarlo como coartada para las medidas menos identificadas con el programa electoral de los populares: subo los impuestos, sí, pero porque me lo exigen, para apoyarme, estos señores. Hay que reconocerle a Rajoy la habilidad para practicar, una legislatura más, el contorsionismo respecto de sus propias promesas asegurándose, de paso, la nueva disposición de un PSOE necesitado de demostrarse útil y la satisfacción de Bruselas que celebra como agua de mayo cualquier cosa que huela a más impuestos. Después de todo apretar en la presión fiscal al contribuyente, se llame consumidor que paga IVA o compañía que paga impuesto de sociedades, siempre ha sido la medida más querida —por lo rápida y directa que resulta— de estos ministros con ínfulas que llamamos comisarios europeos.