OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Dicen que si nos matan tiene que ser culpa nuestra. Que no: que eso lo eligen ellos"

En un programa de radio de 1938 se estrenó el Adagio para cuerdas de Samuel Barber. Siete años después sonó de nuevo en la radio para acompañar la noticia de la muerte de Roosevelt. Y desde entonces ha sido la pieza que más veces se ha utilizado para expresar el duelo colectivo ante sucesos luctuosos e irreparables.

ondacero.es

Madrid |

Fue el Adagio para cuerdas la obra que sonó en la tarde de ayer en la plaza Albert de Manchester. En memoria de los asesinados y en el repudio al asesino.

Concentrarnos en un mismo lugar y con un mismo aliento. Ésta es la manera que elegimos para manifestar, en sociedad, nuestro duelo y nuestra ira.

Si el desgarro emocional que produce un atentado se resume en la historia de una de sus víctimas, éste de Manchester se resume en la vida —tan corta— de Saffie Rose, la niña de la cara redonda, los ojos grandes, la media melena y el flequillo.

La fotografía que difundió la madre de su mejor amiga del cole a primera hora de ayer, angustiada porque nadie conseguía saber qué había sido de ella. La madre y la hermana estaban hospitalizadas, cada una en un hospital, y la familia quería creer que Saffie estaría en alguno de los hoteles a los que fueron llevados los críos que, en la estampida, habían quedado separados de sus padres. Quería información y quería poder desmentirse a sí misma el temor que le iba invadiendo: que nadie supiera nada de su niña porque el suyo fuera uno de los cuerpos, menudos, que quedó tendido en el vestíbulo.

Saffie Rose Roussos tenía ocho años, le gustaban las canciones de Ariana Grande, acudió al concierto del Manchester Arena con su madre, Lisa, y su hermana mayor, Ashlee. Ambas hospitalizadas con graves heridas. Las tres tuvieron la mala fortuna de salir del estadio y pasar muy cerca de un tipo llamado Salman Amedi, británico de veintidós años, nacido y residente en Manchester, de padres que huyeron de la represión de Gadafi y encontraron refugio en el Reino Unido. Poco más se sabe, hasta ahora de él. Un joven corriente, con su vida corriente de hijo de inmigrantes, tan distinta su vida a la de sus padres, nacido él, con todos sus derechos, en la Inglaterra moderna y democrática. El joven corriente que eligió —porque esto se escoge— la interpretación del Islam que hacen los ultras de Estado Islámico y que eligió —porque esto se escoge— fabricar una bomba y hacerla explotar para matar a un montón de desconocidos de cuya vida, cuyas creencias, cuya fe no sabía una palabra el joven asesino múltiple —que eligió serlo porque esto se escoge—.

Los orgullosos mentores de todo asesino múltiple que esté dispuesto a encomendarse a Dios, a Alá, Estado Islámico, no tardaron ni medio día en pregonar su entusiasmo por el crimen. Soldado del califato, han llamado al tipo miserable. El repugnante soldado del repugnante califato de Al Bagdadi. El de Manchester era un concierto desvergonzado, dicen estos hijos…del repugnante califa. La farfolla retórica, la basura justificativa que consumen con devoción los ya convencidos y que seduce a quienes están empeñados en culparnos a todos de que una panda de exterminadores se haya propuesto matarnos por no sumarnos a su sagrada causa. Algo les habremos hecho, es el tonillo de fondo: qué hemos hecho mal para que nos odien tanto, qué hemos hecho mal para que un tipo de Manchester haya podido estar a la puerta de un recinto deportivo con una bomba que se fabricó en su casa: si nos odian tiene que ser culpa nuestra, si nos matan ha de ser nuestra la negligencia. Hombre, que no. Está muy bien preguntarnos qué podemos mejorar en los protocolos de seguridad, pero no habría atentados si no hubiera terroristas que eligen serlo. Porque eso se escoge.

Ni Saffie Rose, ocho años, ni Georgina Callander, dieciocho, ni John Atkinson, veintidos, ni usted ni yo le hicimos nunca nada a Salman Amedi, ultra, integrista, exterminador en el nombre de dios. Ni a él ni a esos otros que, como él, intentan ahora mismo volver a golpearnos.

Si el desgarro que produce una matanza se hace patente en la historia de una de sus víctimas, esta matanza de Manchester tiene el nombre, y el rostro, de Saffie Rose. Que iba a la escuela de primaria de Tarleton, en Lancashire.

Y cuyo tutor en el colegio, que se llama Chris, ha dicho de ella, roto al pronunciar sin quererlo un epitafio, que Saffie era una niña a la que todo el mundo amaba, una niña preciosa en toda la dimensión de la palabra y en todos los aspectos de su corta vida.

El Reino Unido amanece hoy, por decisión de su gobierno anunciada anoche, en el máximo nivel que existe de alerta. Situación crítica por la existencia de informaciones confidenciales que indican que un nuevo atentado puede ser inminente.

"It has now concluded, on the basis of today’s investigations, that the threat level should be increased for the time being from severe to critical. This means that their assessment is not only that an attack remains highly likely, but that a further attack may be imminent."

Reveló anoche la primera ministra May que la investigación en Manchester ha aportado indicios de que el asesino suicida no estaba solo. Hay otros individuos ligados a él y con capacidad para matar. Es una posibilidad, dijo, que no podemos ignorar y que me lleva a elevar el nivel de alerta al máximo posible, lo que supone que será el Ejército el que patrulle el centro de las ciudades y vigile los lugares más sensibles.

"This means that armed police officers responsible for duties such as guarding key sites will be replaced by members of the armed forces, which will allow the police to significantly increase the number of armed officers on patrol in key locations. You might also see military personnel deployed at certain events such as concerts and sports matches, helping the police to keep the public safe."

A diferencia de la mayoría de los policías británicos, que no van armados, los militares sí lo están.

A primera hora de esta mañana la primera ministra volverá a reunir a su gabinete y ofrecerá nueva información a la opinión pública.

Rajoy en un caso sangrante de crueldad parlamentaria. Su víctima, Ramón Espinar, que es verdad que no pasa por ser el más brillante de los portavoces podemistas y que tiene la habilidad de tirarse de cabeza a todos los charcos.