Cinco días después, la situación de sus doscientos treinta rescatados, agotando los víveres y sin permiso para acceder a aguas europeas, no parece que tenga consternado a ninguno de los gobiernos europeos. Ni al de Malta, obviamente, que es el primero que le cerró su puerto; ni al de Italia, que persevera en la clausura de sus muelles a los barcos de las ONG, ni al de Francia; que es el país más próximo tras el rechazo italiano; ni al de España, que se mostró como el más sensible al sufrimiento de los rescatados del Aquarius pero que ahora se esfuerza en encontrar diferencias entre el barco de Médicos sin Fronteras y éste otro barco de una ONG alemana.
Pedro Sánchez cosechó el aplauso de casi toda Europa por su disposición a recibir aquí al Aquarius. Macron fue el primero en aplaudirle y en ofrecerle toda la colaboración necesaria. Con el Lifeline, el gobierno de Macron no ha ofrecido nada. Lo que ha hecho es recordarle a Italia que la obligación de abrirle un puerto seguro es suya. Francia se quita de en medio. Con el Lifeline, el gobierno de Sánchez tampoco se ha ofrecido. Aquí, la ministra de Defensa, Robles.
El Aquarius sí, los demás no. Hasta aquí llegó la España dispuesta y solidaria.
Tanto es el afán del gobierno español por convencer ahora de que el Lifeline no es como el Aquarius que el ministro de Exteriores, Borrell, contó ayer algo que hasta ahora nadie había contado: se actuó tan rápido con el Aquarius porque el barco, atención, se estaba hundiendo.
La tragedia en su máxima concepción. El barco de Médicos sin fronteras se estaba hundiendo. ¿En serio? Hasta ahora pensábamos que cuando el gobierno hablaba de la tragedia que se consiguió evitar se refería a la precaria situación de 630 personas en un barco con capacidad para muchas menos y sin recursos para pasarse días esperando permiso en aguas internacionales. Pero Borrell lo que dice es que se actuó porque el barco se hundía. ¿En serio? Le preguntamos anoche a Médicos sin fronteras y la respuesta de su presidente fue tajante: "El Aquarius no se hundía. Punto". La tripulación del barco dice lo mismo: nunca hubo riesgo de hundimiento. Entonces, ¿de dónde saca el ministro de Exteriores de España que la tragedia en su máxima concepción era que ese barco lleno de personas naufragaba?
Hace quince días el objetivo fundamental del gobierno era ofrecer ayuda a un barco de rescate vetado por el gobierno italiano. Más de mil profesionales, varios ministros, se encargaron de aquella exitosa operación humanitaria. Hoy el objetivo fundamental del gobierno es convertir el Aquarius en un fenómeno tan excepcional, tan inédito, tan nunca visto, que cualquier comparación con los barcos que siguen rescatando africanos en el Mediterráneo (y sin poder desembarcarlos) sea implanteable.
Pero ésta es la realidad. Que Italia sigue con sus puertos cerrados, que las ONG siguen operando en alta mar, y que cientos de africanos desesperados siguen pagando a las mafias para que los saquen en embarcaciones precarias a unas pocas millas de la costa donde puedan ser rescatados. Aquarius hay más de uno. Pero sólo al primero le concedemos notoriedad los medios de comunicación y, a raíz de ello, los gobiernos.
No llegan a cien mil los afiliados que han mostrado interés en participar en las primarias del PP. El plazo terminó a las dos de la tarde de ayer y no hay, todavía, un dato oficial que proporcione el partido. A nueve días de la primera criba, la votación del día cinco, no se conoce el censo electoral: de cuántos afiliados hablamos y qué porcentaje representan sobre el total de afiliados que tiene, sobre el papel, el PP.
Todo lo que trasciende de Génova 13 es que ronda el 10% de la militancia la que ha dado el paso de apuntarse para votar. Diez por ciento. El partido en el momento quizá más trascendental de su historia, traumatizado aún por la forma en que ha perdido el gobierno, por la salida apresurada de Rajoy hacia Santa Pola, por la espantada de Feijóo, por el pulso —ya a la vista de todos— entre Soraya y Cospedal, y nueve de cada diez militantes pasan olímpicamente de ir a votar.El entusiasmo de este 90 % por sus siglas es perfectamente descriptible.
A Cospedal le preguntamos ayer aquí por esa baja participación que se adivina. Y le quitó importancia.
Poco a poco. En tres o cuatro congresos extraordinarios más se han hecho ya los afiliados a esto tan raro de la democracia directa. Si es que para entonces queda PP que presidir.
Ni datos exactos sobre quiénes votarán la próxima semana ni decisión tomada sobre el debates entre candidatos. Ésta podría ser la primera competición interna para elegir líder del partido en que, pudiendo votar los militantes, no hayan podido ver a los aspirantes confrontando sus proyectos con naturalidad. De boquilla todos dicen que están dispuestísimos a hacer debates pero a la hora de la verdad el único que está loco por la música es Margallo. Con lo que disfruta él de un debate. Con Soraya, si pudiera ser.
Que dice Urkullu que con Sánchez se ha abierto una puerta a la relación institucional. debe de ser que hasta ahora tenía el PNV cerrada la puerta de la Moncloa, quién lo diría viendo lo rellenito que está el cupo. El lendakari se entendía maravillosamente con Rajoy, se entendió maravillosamente con Puigdemont (hasta que éste le engañó y dejó de entenderse) y pretende entenderse maravillosamente con Pedro Sánchez. Porque el PNV otra cosa no, pero entenderse con quien tiene poder siempre se ha entendido provechosamente.
De la Moncloa ayer no salió, en realidad, nada concreto. Que si la creación de un grupo de trabajo, que si la comisión bilateral, que si el estudio y el análisis de los asuntos que sea conveniente.
Apúntense estas dos palabras porque a ellas confía Sánchez el éxito, aparente al menos, de su relación con Joaquim Torra. Dos palabras: comisión bilateral. El gobierno de España con el gobierno autonómico de Cataluña mano a mano para estudiar, y analizar, y volver a estudiar, y terminar de analizar las transferencias, las inversiones y las leyes autonómicas que invadieron competencias estatales. Con eso, la comisión bilateral, y el traslado de Junqueras y Forcadell a una cárcel catalana confía en ganarse el nuevo presidente si no el afecto sí por lo menos una tregua del independentismo beligerante en su arremetida contra el Estado y la Constitución.
Por si acaso, que no se haga muchas ilusiones. Es verdad que el personaje más odiado por la cohorte puigdemónica era Rajoy, pero no ser Rajoy es poca cosa a los ojos de Torra y compañía. De Sánchez esperan quienes le han hecho presidente lo mismo que esperaron de los presidentes anteriores: que trague de una vez con la autodeterminación, ignore la Constitución para pactar un referéndum y abra la puerta a cambiar las fronteras de España sin preguntar antes a los españoles. Y cuando Sánchez les ofrezca la comisión bilateral la CUP, la ANC y Omnium Cultural exigirán a Torra que de una respuesta de país a semejante desprecio organizándole a Sánchez otro primero de octubre.
Sánchez y Torra empezaron a gobernar los dos hace un mes. Del primero se conocen ya algunas medidas y unas cuantas propuestas que pretende sacar adelante. De Torra no se sabe nada. Su plan es ninguno, su programa es ninguno, su carisma es ninguno y su aportación al debate es ninguna.