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Monólogo de Alsina: "Éxtasis populista de Trump; o estás con el acuerdo París o estás con los obreros de América"

Trump está pasando de las palabras a los hechos en la voladura de esos acuerdos que, hasta hoy, se entendía que estaban por encima de los vaivenes políticos de un país y del cambio de signo en su gobierno.

ondacero.es

Madrid |

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Donald Trump, en estado de éxtasis populista. Simplificando, haciendo caricatura y confundiendo a sabiendas y a base de mezclar churras con merinas.

Agarra la coctelera, métele unos cuantos datos sesgados, números gigantes que deslumbren a quien te escucha, culpa a una cosa llamada pacto climático de que tengas más dinero para solucionarle la vida a los obreros en paro, invoca la patria, exalta el nacionalismo, y persuade al personal de que todo es así de simple: para qué invertir miles de millones de dólares en modernizar la industria para reducir las emisiones contaminantes pudiendo usarlos en otras cosas. Para qué tanta matraca con el cambio climático si meter dinero ahí, oiga usted, ciudadano corriente que paga sacrificadamente sus impuestos y no percibe que al planeta le pase nada malo, no compensa.

Donald Trump, en éxtasis demagógico. Represento a los votantes de Pitsburgh y no a los de París. Como si los acuerdos de París no se hubieran firmado por gobiernos tan legítimos como el suyo y pensando en los habitantes de cada una de las naciones, incluidos los de Pitsburgh. Te podrá convencer más o menos lo que se acordó en París, te podrá parecer más o menos razonable la cantidad de dinero público comprometido para la reforma de los procesos industriales, pero plantear este asunto como o estoy con Pitsburgh o estoy con París es un ejercicio de distorsión y de frivolidad mayúsculo. Un desahogo. Propio de un presidente desahogado.

El alcalde de Pittsburgh, que es del partido Demócrata, ya ha dicho que él también representa a sus vecinos y piensa seguir las líneas que marcó París hace dos años.

Trump está en su derecho a pensar que Obama era un memo al que los demás gobiernos del mundo se las colaban dobladas. Y que fue un cáncer para América y todo eso que lleva años predicando. Está en su derecho a intentar cambiar el Acuerdo de París. A convencer a los demás gobiernos del mundo (herramientas tiene para ser persuasivo) de que hay que revisar los términos.

Pero lo que Trump anunció anoche en Washington no es que su país se sale del pacto climático —eso fue lo que dijo de viva—, sino que Estados Unidos (ésta es la conclusión que él no expresó pero que es lo más relevante) Estados Unidos deja de ser un país fiable porque los compromisos que asuma con otras naciones están al albur de que llegue un tipo como él a la Casa Blanca y se los pase por el arco del triunfo.

Antes de que salgan los trumpistas españoles —fans de Donald que han ido saliendo del armario en los últimos meses— a proclamar lo admirable que es este señor porque cumple sus promesas electorales, convengamos en que justo eso fue lo que hizo Zapatero, cumplir su promesa electoral retirando las tropas de Iraq, y la principal acusación que se le hizo —y era muy razonable— es que estaba incumpliendo los acuerdos que había asumido España como estado, no él como presidente, con los países aliados. Algunos comentaristas que celebran a Trump por hacer lo que prometió pasan por alto que uno no puede prometer a los votantes cualquier cosa. Tú puedes ser Puigdemont, por ejemplo, y eso no te autoriza a prometer un referéndum ilegal y mucho menos te justifica, haberlo prometido, para incumplir la norma y que no pase nada.

Trump llegó a la Casa Blanca, es verdad, prometiendo desmontar todo lo que hizo Obama. Aunque su victoria en votos electorales, también eso es verdad, no se corresponda con la mayoría de los estadounidenses que votaron —en voto directo ganó Hillary—. Pero siendo legítima su victoria, su presidencia y sus programa, hay obligaciones que tiene adquiridas Estados Unidos como nación y que afectan a sus aliados y a las organizaciones internacionales en las que participa. Trump está pasando de las palabras a los hechos en la voladura de esos acuerdos que, hasta hoy, se entendía que estaban por encima de los vaivenes políticos de un país y del cambio de signo en su gobierno.

Cayó Manuel Moix.

El efímero fiscal anticorrupción que, según el epitafio que le escribió ayer su jefe Maza, no hizo nada que no debiera hacer, nada ilícito, nada ilegal, nada inmoral ni deshonesto, no engañó, no defraudó, no mintió, no incurrió en incompatibilidad…pero ha tenido que renunciar al cargo.

La vehemencia que puso el jefe Maza en desmentir que Moix haya dado motivo alguno para ser relevado hace pensar que aun habiendo sabido Maza de la existencia de la sociedad offshore le habría nombrado igualmente en febrero. Esto es interesante: al fiscal general del Estado, que es magistrado del Tribunal Supremo, no le parece que tener patrimonio a nombre de una sociedad panameña empañe ni el trabajo de un fiscal ni el prestigio de la fiscalía. Es decir, no comparte el consenso de las asociaciones de fiscales al respecto: esto de que aún no habiendo nada ilegal, debilita la impecable imagen del ministerio fiscal y su carácter ejemplarizante.

Ya escucharon ayer aquí a la presidenta de la Asociación de Fiscales, Talón. La pobre mujer del césar, que debe de estar hasta las narices de que siendo honrada se ponga en duda constantemente su limpieza. No basta con ser honrado, se requiere que el pueblo te confirme como tal. Y si no te confirma, pues da igual lo que seas.

Estas son las reglas del juego que han ido abriéndose camino y que hoy prevalecen. Y esta es la servidumbre que se han impuesto a sí mismas, a partir de ahora, las asociaciones de fiscales. Los profesionales de esta carrera, han dicho ellas, han de ser ejemplares e impolutos. No basta con que cumplan las normas. Han de estar bien vistos.

Esto les crea a las asociaciones un primer problema: a qué esperan para escandalizarse muchísimo de que tenga una sociedad offshore un fiscal del Supremo. A qué esperan para reclamar una declaración de bienes a todos los fiscales de la carrera. A qué esperan para hacer pasar a cada uno de sus asociados la prueba del algodón de la ejemplaridad pública. No vaya a parecer que sólo han salido al paso de lo de Moix porque los partidos políticos y las tertulias periodísticas estábamos todo el día hablando de ello.

Si la nueva razón suprema que se ha abierto camino en el argumentario patrio es la estética, las asociaciones de fiscales, y de jueces, y de funcionarios, deberían obran en consecuencia.

A Maza —lo empezamos a comentar ayer— le toca ahora poner un jefe nuevo del avispero. Y el nombre de aquel al que escoja nos dará la primera pista de si se rinde y renuncia a cambiar la manera de funcionar de Anticorrupción o mantiene su intención de hacerlo, el propósito que transmitió en su día a quien le nombró, que por cierto no fue Catalá sino Mariano Rajoy, que es el presidente.

Maza ya sabe lo que pasa cuando pones en Anticorrupción a un jefe con criterios distintos a los de sus subordinados. La pax fiscal está garantizada poniendo a un jefe que se limite a dar el visto bueno a todo lo que le planteen. Lo contrario es arriesgarse a que al nuevo Moix le acabe pasando lo mismo que al Moix de antes. Y que acabe siendo Maza quien tenga que dimitir por no ser capaz de gobernar su casa. Que sigue siendo jerárquica. Sobre el papel, al menos.