Llegamos a la víspera de la jornada laboral sin que haya terminado aún la identificación de las siete personas asesinadas –-cuarto día de angustia para la familia Echeverría-- y con una operación policial que sigue abierta porque restan por esclarecerse los vínculos de los tres asesinos con otras personas sospechosas de actividades islamistas.
Éste es el clima social, político, mediático en el que el pueblo británico va a las urnas.
Con una primera ministra que en apenas un mes ha visto desplomarse la ventaja electoral que le sacaba al Partido Laborista. No tanto por la caída de la expectativa de voto de los conservadores (que aguanta por encima del 40%) como por el resurgimiento del principal partido de la izquierda, el bipartidismo revitalizado en estos tiempos de partidos diversos y nueva política.
Es verdad que el sistema electoral británico (un diputado por circunscripción, el que gana se queda el escaño, el que pierde no tiene nada) obliga a mirar los sondeos distrito por distrito para hacer una estimación más precisa de cómo puede quedar el Parlamento. Eso, y que éste es el país en el que los sondeos daban por descontado que no saldría adelante el Brexit. Pero le queda sólo el día de hoy a la señora May para intentar darle la vuelta a la tendencia.
Apurando la campaña, los laboristas exprimen la polémica por el recorte de plantilla en la policía y los conservadores insisten en que el problema son las leyes que coartan la actuación de la policía. La señora May contrarreloj incidiendo en esta linea que ya apuntó el domingo. Más control, cambio de leyes, más margen para la policía aún a costa de sacrificar derechos fundamentales.
Que sirva la sola sospecha para encarcelar preventivamente al sospechoso. Que se devuelva a sus países de origen a los sospechosos por el hecho de serlo.
Que se aumenten las penas a los condenados.
La candidata, que ya rehuyó el debate en televisión, evita entrar en el cuerpo a cuerpo con Jeremy Corbyn, candidato a pesar de la mitad de su grupo parlamentario, que intentó jubilarlo hace meses. Lo del cuerpo a cuerpo se lo deja May a sus mozos de espadas. Singularmente uno que tiene el pelo amarillo y es el ministro más popular de su gobierno. Boris Johnson, ex alcalde de Londres y polemista brillante. Ayer las tuvo tiesas en una entrevista en la BBC porque él se esforzaba en colocar el mensaje de que sería un suicidio de país poner a Corbyn en Downing Street y la periodista le decía que respondiera a lo que le preguntaba sobre la gestión del gobierno. Hasta que a ella se le escaparon dos palabras malditas: stop talking.
Los conservadores han salido en tromba contra la periodista porque la ven inquisidora y parcial. Si le invita a su programa, dicen, cómo después le dice que se calle.
Puigdemont lo deja para mañana. Lo de la fecha y la pregunta y todo eso. Contraprogramando al Reino Unido con dos narices el president. Tiemble el Reino Unido porque será la interminable cuestión catalana la que cope mañana la atención de Europa. O eso deben de pensar quienes presumen del eco internacional que tiene el proceso independentista.
La gran familia del Pacto por el Referéndum —-o la familia y uno más si contamos a Lluis Llach— echó una tarde molt agradable ayer en el patio del Parlament, consumió cada uno su minutito de gloria soberanista, y disolvieron la cosa sin aclararle a nadie nada. Liquidémonos todos juntos en nombre del derecho a decidir que esto del Pacto nunca dio para más.
El señor Elena, que fue del PSC hasta que dejó de serlo, informó ayer de que esta cosa del Pacto pasa a la reserva sin haber despejado qué va a preguntar Puigdemont y cuándo. Y habiendo dejado claro —ésta es la única conclusión— que al tándem que lidera el gobierno autonómico le resbala que una parte de esa Cataluña que quiere votar sólo desee hacerlo si se dan las garantías legales correspondientes. Las garantías, por cierto, que el señor Puigdemont prometió pero que ya se ha visto que no tiene porque un referéndum de independencia sólo podría convocarse en condiciones previa reforma de la Constitución. Y el soberanismo no tiene ni potencia electoral ni paciencia para recorrer ese camino.
De la celebración tipo boda que organizaron ayer en el Parlament queda claro que hay dos bandos. Aquellos a los que les vale un referéndum paripé —la ficción de una consulta de pega— y aquellos que sólo apoyan un referéndum de verdad que hoy por hoy no es posible.
De esto puede conversar hoy, si lo desea, el señor Puigdemont con el ciudadano al que va a recibir en el Palau de la Generalitat. Pedro Altamirano. ¿Pedro qué? Altamirano. Tenga siempre otro independentista a mano. Este señor preside la Asamblea Nacional Andaluza, plataforma independentista que defiende la creación de la República Independiente de Andalucía y que dice recoger el sentir de una parte de la población andaluza. Una parte invisible. El Puigdemont andaluz culmina así, leo en La Vanguardia, una verdadera gira por Cataluña que lo ha llevado a las instituciones y las agóras públicas. Hermosa la redacción del diario. Una verdadera gira. En brazos, se entiende, de Junts pel Sí, que ve a un independentista andaluz y saliva de gusto. Altamirano, déjeme que le abrace, hermano.
Abierta ya la guerra de las comisiones de investigación en el Congreso. Ciudadanos sabe que es la corrupción lo que más erosiona al PP y se suma a Podemos y el PSOE para que no haya límites a la indagación sobre financiación en cualquier época.
Bárcenas será el primero, para bautizar el ring de la comisión Barcenas. Rajoy el último. Si la comisión acaba investigando todo lo que la oposición está diciendo, Rajoy comparecerá entonces dentro de dos o tres siglos. Una vez que haya acreditado su condición de presidente perpetuo por incompetencia del adversario.
Según el CIS, la corrupción es uno de los tres primeros problemas que tenemos para el 54 % de los españoles. El terrorismo internacional, por el contrario, sólo lo menciona e, 1.9 %.