Pero pónganse en la piel de los cientos de altos cargos, ministros, secretarios de Estado. asesores, jefes de gabinete, cargos de confianza que se han levantado hoy preguntándose cuánto les queda. Y pónganse en la piel de las pocas, poquísimas personas, que forman el equipo de Pedro Sánchezque han amanecido sabiendo que lo mismo el sábado son ministros. Y ministras.
Lo que tenga que pasar, va a pasar aquí, en el Congreso de los Diputados.
Donde tienen que pasar las cosas, porque esta cámara sí nos representa.
Sólo una semana después de la sentencia de la Gürtel, sólo ocho días después de haber aprobado, en mayo, los Presupuestos Generales del Estado con mayoría absoluta, Rajoy se asoma al barranco. Al posible final abrupto de su legendaria supervivencia.
Los acontecimientos, desde el jueves, se han ido precipitando. Sánchez vio pista abierta para tomar la iniciativa, registró su moción de censura, la impresión general hasta el lunes era que la tenía perdida pero el lunes el viento empezó a sonar distinto, el martes llegaron los primeros signos de que algo se estaba moviendo en serio, el miércoles cambió el sentido de las apuestas y nos hemos plantado en el jueves con la palabra vuelco en el ambiente.
• Aún no es seguro que Sánchez vaya a ser presidente.
• Pero tampoco es seguro —ésta es la novedad, lo inédito en nuestra historia política— que vaya a seguir siéndolo Mariano Rajoy.
Una vez que Podemos, los independentistas catalanes y Bildu han bendecido al candidato Sánchez, la última llave la tiene un partido que sólo se presenta a las elecciones en Euskadi y que en las últimas elecciones generales no llegó a 300.000 votos (de los veinticuatro millones emitidos). La llave la tiene el PNV y es el lendakari Urkullu, y es Ortúzar, quien ya sabe si Sánchez será presidente mañana. Siempre que Mariano Rajoy, salvedad que habrá que ir repitiendo esta mañana, siempre que Rajoy no presente la dimisión antes del mediodía de mañana. El botón del pánico. El paracaídas de emergencia antes de estrellarse del todo. Si dimite, aborta la moción, la votación y la investidura de Sánchez.
Lo que tenga que pasar, va a pasar aquí, en el Congreso de los Diputados.
Van a hacer que suceda los 350 parlamentarios que en breve empezarán a desfilar por el patio camino del Hemiciclo.
A las nueve, empieza la sesión. La hora de la verdad. Que es una hora larga que nos va a llevar —salvo sorpresa— hasta la hora de comer de mañana viernes.
Bienvenidos al maratón informativo. A la arena parlamentaria.
Bienvenidos a estas 48 horas apasionantes (eso espero) de radio.
Para Sánchez esto es el partido de vuelta de una eliminatoria que empezó hace dos años. Empezó aquel día en que hizo algo hasta entonces inédito en la vida política española: intentar gobernar España aun habiendo perdido las elecciones.
Con sus 90 diputados de entonces, Sánchez se postuló para presidente. Casándose con Albert Rivera y dejando en manos de Podemos la consumación del cambio de gobierno.
Luego pasó todo lo que sabemos: primero, el fracaso de su investidura.
Sólo Ciudadanos estuvo al lado del PSOE.
Después, la repetición de las elecciones generales. El resultado, aun peor, de los socialistas. La remontada del PP. La mengua de Ciudadanos.
El intento de investidura de Rajoy, fracasado la primera vez.
La ruptura interna en el PSOE ante la segunda votación.
La maniobra de Sánchez para forzar un Congreso extraordinario del partido y blindarse como candidato.
La bronca total. El comité federal de los cuchillos largos.
La renuncia de Sánchez perdida la batalla contra los barones y la vieja guardia.
Y cuando todo el mundo, o casi todo, daba por finiquitado a Pedro Sánchez, se revolvió el moribundo en la tumba y se puso en pie. Agarró el Peugeot y se puso a hacer campaña a favor de sí mismo. La operación retorno. La batalla refinitiva contra Susana, Felipe, Zapatero, Rubalcaba y el diario El País. Y la ganó.
La versión oficial dice que el PNV y los grupos independentistas esperarán a ver qué dice el aspirante antes de decidir su voto.
Alguna posición clara deberá afirmar respecto de la que sigue siendo la cuestión principal de nuestro país: Cataluña y el proceso independentista que sigue abierto y sigue adelante.
Porque, habiéndolo buscado o no (el tiempo irá descorriendo todos los velos), habiéndolo buscado o no Sánchez llegaría a la presidencia porque los independentistas catalanes prefieren que gobierne él a que gobierne Rajoy. Y la pregunta obligada es por qué lo prefieren. Por qué, si Sánchez y Rajoy pactaron en la Moncloa que gobernara quien gobernara la respuesta política al independentismo sería la misma. Por qué, si Sánchez está tan en contra de la autodeterminación y el referéndum como Rajoy. Y por qué, si el objetivo nunca disimulado, exhibido, reiterado del independentismo catalán (17 diputados en Madrid) es consumar la secesión al margen de lo que piense el conjunto de los españoles.
Si Sánchez es presidente será porque así lo han querido, además de los 85 diputados socialistas y los 71 de Podemos, los 17 que trabajan para que Cataluña deje de ser España. Es decir, Puigdemont. Es decir, Torra. Y Oriol Junqueras. Y aunque no fueran imprescindibles, porque así lo han querido los dos diputados que tiene aquí Bildu, con el entusiasmo, tan incómodo para Sánchez, de un tipo llamado Arnaldo Otegi.
Si es presidente lo será legítimamente y sin que eso suponga que ha vendido su alma a nadie. Pero él es el primero en saber —y su equipo con él— que son esos apoyos concretos los que más pueden penalizarle ante la opinión pública. Y dependiendo de lo que diga y lo que haga, lo que podría tumbar al PSOE en las próximas elecciones. Las generales no sabemos cuándo serán. Las municipales sí. Queda menos de un año.