Monólogo de Alsina: "Pueden Mas, Rigau y Ortega hacerse los longuis, pero es una desobediencia de libro"
Si el señor Puigdemont, presidente accidental de la Generalitat de Cataluña, se considera él también condenado, como dijo ayer, que actúe en coherencia, se declare inhabilitado y proceda a marcharse a su casa.
Como eso es justo lo que no va a hacer, esta frase suya de ayer —como tantas otras— es a beneficio de inventario. Un bla bla bla tan vehemente como vacuo.
Condenados sólo han sido Mas, Ortega y Rigau. Y sólo por desobedecer al Constitucional y pasarse sus providencias por el arco del independentismo. O en palabras menos coloquiales, “por alterar en términos inaceptables el normal funcionamiento del estado de derecho”, cierro comillas.
Delicuentes si, mártires no tanto. Dos años de inhabilitación no dan para compararse ni con Juana de Arco ni con Miguel Servet camino de la hoguera.
'El Periódico de Cataluña', 'El Mundo', 'La Razón', el 'Abc', El Español opinan que la sentencia es benevolente. "Indulgente", escribe el director de 'El Periódico'. Al de la 'La Vanguardia' no se lo parece: "ni benevolente ni benigna", dice. Su editorial la califica de comedida. El director de El Independiente la considera correcta y El País, ponderada.
Los encausados, con el asesoramiento impagable del jurista Homs, dedicaron todos sus esfuerzos en el juicio a demostrar que no habían desobedecido a nadie —no que sean democráticas las urnas, no que tenga derecho a ansiar la independencia de Cataluña, no que la libertad de opinión esté protegida—; su estrategia de defensa fue probar que no habían desobedecido. Pues qué le vamos a hacer, el tribunal dice que lo único que ha quedado probado es precisamente la desobediencia. Que cuando te empecinas en hacer una consulta a sabiendas de que te suspendieron, primero, la ley de consultas; después, el decreto de convocatoria; y más tarde, las actividades relativas a la consulta, en fin, te puedes hacer el longuis todo lo que quieras, pero es una desobediencia de libro.
Sobre todo, y ahí el tribunal tiene la habilidad de poner al independentismo ante su propio espejo, sobre todo cuando el famoso Pi y Sunyer, arquitecto de la legalidad paralela que pretende poner en pie el rodillo del Junts pel si y la CUP, ya advirtió todo esto en uno de sus informes del Consejo para la Transicion Nacional: si el Gobierno central recurre, el Constitucional suspende y, pese a ello, se mantiene la consulta, habrá delito de desobediencia. Blanco y en botella. Enterados estaban todos de lo que había.
No coló el argumentario y por eso ha llegado la condena.
En previsión de que salieran a los dos minutos los portavoces verborreicos de siempre a decir: ay, que los han condenado por poner unas urnas, el tribunal lo escribe con todas las letras en su página 15 y con negrita: Se juzga la desobeciencia a una orden del TC, no la colocación de unas urnas. No parece que sea mucho trabajo, Echenique, Errejón, Pablo Iglesias, leer hasta la página 15. Uno no puede decir respetamos la sentencia pero, en lugar de opinar sobre ella, no inventamos otra.
Pero quién ha dicho que lo sea, Echenique. Que es usted diputado en un parlamento autonómico. A un charlista se le permite cualquier frivolidad, de un legislador —nacional o regional— se espera que sepa leer lo que dice un tribunal y analizar eso y no otra cosa.
Puede usted discrepar en que el delito de desobediencia haya quedado probado. O al revés, puede opinar que condenar la desobediencia pero absolver la prevaricación es cogérsela con papel de fumar.
Pero no se invente una sentencia que no es. No parece que sea pedir demasiado.
Hay otro par de afirmaciones interesantes a las que Echenique seguramente no habrá llegado:
• Uno, que la democracia es separación de poderes.
• Dos, que la democracia es sujección a la ley.
No se trata sólo, profetas de la libertad que tenéis la palabra democracia todo el día en la boca, no se trata sólo de poner o no poner las urnas. Pretender que un gobierno autonómico puede decidir qué resoluciones cumple y cuáles no es atacar la división de poderes y pervertir el estado de derecho.
Se cumple esa regla no escrita que dice que quien con más frecuencia incluye la palabra democracia en su discurso menos respeto demuestra, en realidad, por ella.
La señora Theresa May debe de parecerles nada demócrata a los independentistas catalanes que santificaron a Cameron por aceptar el referéndum en Escocia. Si aquella consulta popular de 2014 fue fruto del acuerdo entre los gobiernos del Reino Unido y la nación escocesa, bendecido por el Parlamento británico y el parlamento de Escocia, éste referéndum de ahora no pasa de ser, por el momento, una pretensión del partido independentista escocés. De la señora Sturgeon, que es la jefa del gobierno de Escocia y que viene amagando, desde que ganó el Brexit, con reclamar un nuevo referéndum alegando que sus ciudadanos son mayoritariamente pro europeos.
La gobernanta escocesa quiere otro referéndum: se lo va a solicitar así a su parlamento. Pero el gobierno del Reino Unido dice que ya hubo uno y se sabe lo que salió. Theresa May, la primera ministra de ahora, considera frívola y corta de miras la pretensión de la independentista escocesa.
Si Cameron fue el héroe del independentismo catalán, su sucesora está a medio minuto de que la acusen de haberse contagiado del inmovilismo de Rajoy.