Esta es la postura del Partido Popular. De su dirección nacional ante la deriva, el giro, que ha tenido el juicio de la Gürtel valenciana. Lo que diga el tribunal. Anotado queda. Para cuando tengamos ya sentencia. Por si acaso este tribunal, como pasó hace dos semanas en Barcelona con el caso Palau, considera probada la financiación irregular del PP en la Comunidad Valenciana.
El hecho, inédito, que se produjo ayer —lo anticipamos aquí— es que, por vez primera, un peso pesado del PP (que en su día lo fue, Ricardo Costa, número dos del partido en la región) contó ante un tribunal cómo el partido pagaba sus actos electorales con el dinero en metálico, y en B, que aportaban empresarios que, a su vez, se beneficiaban del trato de favor del gobierno autonómico. No es que fueran empresarios afines ideológicamente —daba igual que lo fueran—, es que eran empresarios interesados en tener contento al que redactaba luego los concursos y hacía las adjudicaciones.
Dices: vaya novedad. Ésta es la historia de siempre. Abuso de poder para, utilizando la administración, con seguir dinero para tu partido. Es verdad: el procedimiento es el mismo de siempre. La diferencia es que quien lo narra en un juicio no es el fiscal, ni siquiera el intermediario que te organizaba los actos de campaña, es el número dos del partido que contrataba los mítines que, en realidad, luego pagaban otros. La diferencia es que quien afirma que el partido funcionaba con dinero negro es Ricardo Costa.
La relevancia informativa del testimonio, por la novedad que supone, es incuestionable. La relevancia que, a efectos judiciales, le de el tribunal la conoceremos el día que se dicte sentencia.
¿Puede estar mintiendo el señor Costa para mejorar su situación penal? Sí, puede estar haciéndolo. También puede que no, puede que esté confesando lo que hasta ahora callaba. Incluso es posible que esté haciendo las dos cosas a la vez: confesar la verdad para que le caiga menos condena.
Costa es un hombre políticamente acabado y abandonado por el partido al que consideró su familia que ha visto cómo Correa, Crespo, Pérez y los empresarios procesados pactaban con la fiscalía para reconocer todos los hechos. Es un hombre que lleva años metido en este proceso, con un horizonte poco alentador, que intentó aferrarse al sillón cuando Génova requirió su cabeza en 2009 y por el que dio la cara el jefe al que ahora señala, Francisco Camps, cuando aún Francisco Camps era el barón al que más agradecido le estaba Rajoy por su apoyo en el trace de 2008. El año en que Rajoy se tambaleó al frente del PP: la única vez que de verdad vio peligrar su cargo.
Si Costa miente o dice verdad o valorará el tribunal cuando sentencie. Si hubo financiación irregular del PP, también. Y la dirección del partido promete aceptar lo que el tribunal establezca.
Lo más chocante que sucedió ayer no fue que Rajoy, aquí, dijera no saber nada de este asunto. Por previsible, no puede chocar ya a estas alturas que el presidente del PP mantenga que él nunca supo nada de esto. Tampoco choca que Camps, el señalado ahora por su antiguo subalterno como último responsable, niegue que él tuviera nada que ver y que el partido que presidía se financiara bajo cuerda.
Lo más chocante fue la coincidencia del ministro de Justicia Catalá con el señor Camps al sugerir que los procesados confirman ahora los chanchullos, las facturas falsas y los sobres con dinero porque están tratando de salvar su cabeza.
Esto sí es más raruno. Que el ministro diga que no hay que hacer valoraciones del testimonio de un procesado y a renglón seguido se ponga a hacerlas y para sugerir que es pura estrategia de defensa. Forma nada sutil de sugerir que confesarían la muerte de Manolete con tal de que les rebajen la pena.
Esto mismo, se lo recuerdo, es lo que dijo Artur Mas cuando en el juicio del caso Palau Millet y Montull admitieron el tráfico de comisiones para Convergencia. "Estrategia de defensa", dijo Mas, "la fiscalía ha pactado con ellos y dirán lo que la fiscalía quiera".
Bueno. Es poco relevante lo que opine Camps, lo que opine Catalá y lo que no opine Rajoy, por su proverbial desconocimiento. Lo relevante es lo que digan los tres jueces que ayer escucharon a Costa y antes, al resto de los procesados. Y que conocen todo lo que había en el sumario antes de que se produjeran las confesiones. Es verdad: durante la investigación la policía, la fiscalía y el instructor no fueron capaces de aportar pruebas que sirvieran para ir más arriba de Costa y Rambla.
Judicialmente el señor Camps puede estar tranquilo porque difícilmente, a estas alturas, le va a suceder nada. Lo cual no obsta para poder hacer una lectura de todo este asunto bien poco favorable para él. Encabezaba una organización que, según la fiscalía, el instructor y ahora también los procesados, se financiaba bajo cuerda.
Si la organización que el dirigía se asentaba sobre un régimen de financiación corrupto y él, en el supuesto más favorable para él, no fue capaz de detectarlo nunca, ¿no es, como diría Esperanza Aguirre, responsable por no haberlo detectado? Incluso si él no hubiera decidido financiarse así, si todo hubiera sido cosa de los subalternos sin consultarle, ¿nunca sospechó nada? ¿Nunca le llegó el menor indicio? ¿Nunca sintió la curiosidad de averiguar él mismo cómo se pagaba todo aquello?
A Rajoy ayer le pregunté aquí qué hizo él por saber la verdad sobre los casos que han afectado a su partido. Cuántas investigaciones internas se han abierto para aclarar episodios sospechosos. Cuándo ha tomado el PP la iniciativa de ser él quien averiguara en qué andaban algunos de sus dirigentes. Y la respuesta es que el partido está a lo que digan los tribunales. Que es una forma de admitir que sólo cuando ha habido decisiones judiciales previas se ha resignado el partido a hacer limpieza. Al rebufo y arrastrando los pies. Que es una forma bien poco creíble de presentarse como látigo de los corruptos.
El señor Rajoy estuvo en este programa. Y respondió, a la manera que él creyó oportuna, a las preguntas que se le plantearon. A diferencia, añado, de otros primeros espadas de la vida política que le criticaron mucho lo del plasma pero por aquí no aparecen. No aparecen ellos y ponen todas las trabas posibles para que aparezcan dirigentes de su Ejecutiva.
Rajoy estuvo y dijo cosas que ustedes seguramente ya conocen porque fueron recogidas, analizadas y debatidas, por la mayoría de los medios de comunicación ayer.
Su apoyo a la campaña "me too" de denuncia del acoso sexual. Su negativa a legislar para castigar a las empresas que discriminen salarialmente a las mujeres.
Y su intención de repetir como candidato. Perdón, de intentar repetir porque la decisión, claro, la toma su partido.
Lo que no escuchamos a Rajoy es un proyecto novedoso para los tres años que quedan de legislatura. Algo que vaya más allá de confiar en que la creación de empleo permita que en 2020 tengamos veinte millones de cotizantes.
Alguna iniciativa interesante con la que darle la vuelta a la situación, endemoniada, que se ha enquistado en Cataluña. Algo que proponer. Algo que hacer además de combatir —como debe— el intento de vulnerar las normas. En esto, que es el principal problema del país, en esto no cabe decir "no nos metamos". Del presidente del gobierno de España, en una materia tan crucial para el país, se espera algo más que estar a lo que digan los tribunales.