Ermua, 10 de julio de 1997. Miguel Ángel come como todos los días en su casa. A las 15:30 vuelve al trabajo. Al salir de la estación de Eibar es abordado por una mujer, Irantzu Gallastegui, quien le lleva a un coche oscuro y lo conduce a un lugar desconocido. Tres horas más tarde, a las 18:30, sus allegados recibieron llamadas que anunciaban su secuestro.
Miguel fue localizado a las 16:40 horas del día fijado, el doce de julio. Estaba en una pista forestal del barrio de Azovaca en la localidad guipuzcoana de Lasarte.
El cuerpo, aún con vida, estaba boca abajo, indefenso, con las manos atadas por delante con un cable eléctrico y con dos heridas de bala en la cabeza.
Dicen los forenses que sudó mucho, que su angustia fue inmensa tras su secuestro, que le hicieron arrodillarse en la cuneta antes de ponerle la pistola en la nuca. De rodillas, tras un primer disparo, le remataron en el suelo, donde le dejaron por muerto, pero Miguel Ángel no murió entonces.
Miguel Ángel Blanco Garrido tenía un padre albañil, una madre ejemplar, una hermana en Escocia y una novia con la que iba a casarse, y millones de españoles, unidos contra ETA.