Son más de 60.000 las mujeres que prestan servicios sexuales en nuestro país. La mayoría, forzadas, abocadas por la trata.
La abolición de la prostitución es una materia que postergamos como sociedad y aunque pueda tener defensores, no lo manifiestan a la luz pública, ya no pega, se sale del carril evolutivo de la especie humana.
Pero no seamos hipócritas, hay quien se ampara en la libertad individual para dejar una rendija abierta en este mal llamado negocio.
Todos hemos paseado por el Barrio Rojo de Amsterdam y todos, más que movidos por el escarnio y el escándalo que supone esa cosificación del cuerpo de la mujer, lo hemos hecho por curiosidad, por morbo y hasta por turismo. Una parada más. Por la mañana museo Van Gogh, a mediodía la casa de Anne Frank y de colofón, los escaparates.
Los partidos españoles no tienen posición unánime, como los votantes. Hay quien se horroriza al pensar que una ley pueda castigar al consumidor. Sea como fuere, hay que seguir dando pasos firmes, convencidos y siempre pensando en soluciones y alternativas atractivas para quien vende su cuerpo. Ellas son víctimas. Aunque no lo sepan.