Se han lonado las piscinas, hemos sacado manga larga de los armarios. Primeras y deseadas gotas de septiembre. Medio suspiro le queda al verano, una estación que también solemos exprimir. La tomamos como una época de disfrute máximo donde somos menos reflexivos para gastar y para divertirnos.
Y no seré yo quien afee esa conducta colectiva, pero hay cosas que nos han de llevar a una reflexión seria sobre las personas que se nos han ido en nuestros mares y pantanos por ahogamiento, sobre las que lo han hecho por golpes de calor, por falta de respeto a ese sol que tanto nos da. Para esto, la táctica es sabida: más pedagogía, más insistencia y más constancia en el mensaje de lo que hay que hacer para combatir ambos peligros. Potenciemos la concienciación.
Pero hay una parte del verano, con una estadística negra en la que me quiero detener: las fiestas con animales. Los toros, vaquillas, encierros, momentos lúdicos que suelen ser cénit de las costumbres patronales de nuestros pueblos. Este 2022, nueve fallecidos por imprudencias, por mala suerte, por X y por B, evitables, daños colaterales. Es lo que conlleva mantener las tradiciones.
Yo invito a la reflexión y al debate sin ruido, explicando todo, exponiendo argumentos en el ágora pública, lo que defienden unos y otros, las circunstancias que rodean esos días de jolgorio, incluyendo la voz de los etólogos que de verdad expliquen cómo se sienten los animales en estas situaciones de estrés extremo. Sin orillar el papel del alcohol y su incidencia, que a veces combina con carreras erráticas entre cercados mal puestos.
Insisto: debate y reflexión, que este país nuestro sabe mirar al futuro dejando aquello que lo lastra. Podemos mejorar y debemos hacerlo. Sabemos.