La vida está testada de contrastes y esta semana conocimos lo bien que le va a una discoteca en Glasgow usando como fuente de energía el calor de los bailes, mientras que en España volvemos a la leña, las chimeneas y las estufas de antaño.
Lo de Escocia promete: edificio de oficinas y centro de exposiciones de lunes a viernes y, con la llegada del finde y las marchosas de carne y hueso, que con el contoneo calientan el techo. Unos tubos de subsuelo guardan el calor que sirve entre semana para aclimatar la instalación ahorrando hasta 70 toneladas de CO2 al año. Ahora sí que los osos arrítmicos no pueden apalancarse en la barra y tienen que salir a la pista obligatoriamente por el planeta.
Hablaba de contrastes por lo de la leña en nuestro país, que no es torpe en idear nuevas fuentes de energía, pero mientras las autoridades nacionales y europeas se deciden a darle al sol y al viento su papel protagonista, tomamos medidas de ahorro y en pleno siglo XXI percibiremos estos meses ese crepitar, ese aroma inolvidable, ese calor inconfundible de un fuego de otra época.
