La cuenta atrás está iniciada y como cada año resulta imparable: las cenas, los décimos, las compras y esos adornos brillantes y lumínicos que nos impiden pestañear.
La Navidad ejerce su magnetismo y todos nos dejamos himnotizar en mayor o menor medida. Sobre lo que comemos o lo que gastamos no incidiré porque como pecador no me siento con fuerzas, pero sobre árboles, belenes y luces sí me quiero mojar.
¿Afrontaremos algún día el aspecto sostenible de estas fechas? Porque no soy el único que ve energía, plástico y afán competitivo en ser "lo más" como pueblo o ciudad o casa. ¡Qué hay adosados que no pueden poner la lavadora de noche porque saltan los plomos con tanta bombillita de colores!
Nuestra cultura hereda el nacimiento con su portal y su Niño, pero hacer un Brodway en miniatura en cada barrio me parece excesivo. Pero claro, si son los alcaldes los primeros en redoblar presupuesto, los vecinos, detrás como corderitos.
Decoremos con mesura, sin dispendios, reflexionando sobre lo que se celebra, por favor. Y una última petición / ruego: no dejemos morir a la pandereta.