No me imagino a un demócrata de Boston negándose a ir al cine a ver un peliculón filmado por Clint Eastwood ni a un republicano de Dakota demonizando el último papel de George Clooney.
La significación política en los americanos puede pesar, no digo que no, pero nunca eclipsa ni rebaja su aportación profesional a la historia del país.
Desde el máximo respeto, hay que ser muy obtuso para ponerle un pero a las carreras de Paco Rabal y Asunción Balaguer. Hay que ser muy retorcido para mirarles a través de una papeleta o una urna como si eso restara o sumara a sus logros delante de la cámara o encima de un escenario.
Todos podemos tener simpatía o rechazo por alguien público según sus inclinaciones personales y políticas, pero eso jamás nos debería condicionar para evaluar sus méritos laborales.
No me opongo a los revisionismos pero sí a los sectarismos que desposeen al personaje de su contexto: ¿vamos a mirar a Cervantes o a Rosalía de Castro con ojos del SXXI?
Porque nos pueden parecer arcaicos, machistas e insensibles. Y por disipar dudas, pongan en su buscador vecinos ilustres de Alpedrete a ver qué les sale.