Un ilustre miembro del Ibex comunica su cambio de sede, su externalización y se lía parda. Una cascada de interpretaciones se vierte, hasta se vomita, y nadie parece reflexionar lo suficiente para que el ciudadano medio pueda llegar a conclusiones sensatas.
Si a estas alturas hemos de explicar que las empresas generan riqueza, mal vamos. Y si también hay que dejar claro que algunas lo han hecho por encima de una media razonable aprovechando circunstancias, pues mismo desasosiego.
Los impuestos declarados por Ferrovial en los últimos 10 años se conocen. La proyección de los que vendrían con la nueva legislación, también se han publicado. ¿Cuál es el problema? Que seguimos demonizando un poco entre todos lo de contribuir al sistema. Pagar impuestos no es un castigo, ni una penalización. Lo es el despilfarro y la desmesura.
Y tal y como está el precio de la luz, del huevo y el pollo, del kilo de tomate, del metro cuadrado o la birria que te dan por un depósito bancario, ver juntas de accionistas aplaudiendo pingües beneficios multiplicados, chirría. ¿Debemos someter a escarnio a esas corporaciones? No, debemos seducirlas con una verdad: contribuyan, no sean cortos de miras. Que a ciudadanos más ricos, empresas con más futuro. Cuestión de ritmos, de timings.