Es la guerra de Raquel Villalba, una enfermera de provincia que vino a trabajar a Madrid y que no eligió la guerra del coronavirus, pero le tocó combatir. Y deja cicatrices que son invisibles a los ojos.
Acudir al trabajo con miedo
Villalba vino a Madrid a buscar trabajo y casi recién llegada se enfrentó a la embestida del virus en el Gregorio Marañón. Con la tercera ola está recuperando la pesadilla de marzo: "Para mí es imposible no emocionarme cuando en UCI fallece un chaval de mi edad y oigo a su madre llorar... llevamos casi un año de pandemia y todos los días con la misma carga emocional".
"Te pasa factura ver a compañeros que están de baja por depresión o estrés..." admite, y subraya que "no se siente segura yendo a trabajar". No obstante, también ha sentido "felicidad inmensa" tras ver cómo un paciente que ha estado "durante mucho tiempo dormido, se despierta y está bien". Y nos recuerda algo importante que, paree, se nos ha olvidado. La gran profesionalidad de los sanitarios nos hace ignorar, a veces, que "detrás de un sanitario hay una persona con familia y problemas".