Todo se convierte en datos que y circulan por la red. Hasta ahora existe una norma no escrita que decía que todos los proveedores de servicios de Internet y todos los organismos reguladores deben tratar esos datos por igual. Porque se considera un servicio básico para los ciudadanos. Como el agua o la electricidad. No deben beneficiar ni perjudicar a nadie. Es lo que se llama "neutralidad de la red". Un concepto que a pesar de todas sus deficiencias garantiza cierta democratización del uso de Internet.
Un concepto que tiene las horas contadas en Estados Unidos. Si nada cambia el próximo 14 de diciembre la mayoría republicana en la Comisión Federal de Comunicaciones acabará con la neutralidad de la red. Algo que ha puesto en pie de guerra a asociaciones de consumidores y pequeños empresarios y también a gigantes como Facebook, Netflix o You Tube. Todos rechazan el fin de la neutralidad.
Porque ya no seríamos iguales en la red. Ni los consumidores ni tampoco los proveedores. Habría velocidades distintas para aquellas empresas que pagaran por el uso de redes rápidas. Una Internet lenta y otra rápida. Una internet para ricos y otra para pobres. Y también se podrá discriminar por contenidos. Los proveedores de red podrían bloquear o ralentizar, hasta hacerlos inviables, determinados contenidos sólo por criterios comerciales.
¿Y qué pasa en Europa? Pues de momento el año pasado se aprobó proteger la neutralidad en todos sus sentidos. Ni bloquear, ni ralentizar, ni discriminar, ni restringir contenidos. Hasta ahora. Si en Estados Unidos se da el paso, las operadoras europeas volverán a pedir lo mismo. Es cuestión de tiempo. Y de dinero.