El 30 de octubre de 1961, en plena Guerra Fría y con EEUU y la URSS compitiendo por la hegemonía nuclear, estallaba en el Ártico la conocida como bomba del Zar, un artilugio descomunal, tan imponente como poco práctico con el que Nikita Jruschov pretendía disimular el retraso armamentístico de la Unión Soviética. La bomba era un monstruo de 27 toneladas, imposible de usar en una guerra real.