Terminó el Congreso de las grandes ovaciones al líder. Terminó el cónclave socialista con una enorme, gigantesca, colosal foto, no del puño y la rosa, no, de Pedro Sánchez, brazo en alto, mientras los compañeros de la ejecutiva cantaban la internacional bajo el grandioso retrato.
Ese ha sido el punto final a un congreso vacío de contenido en lo argumental, en el que no hubo debate interno, cero autocrítica y mucho de aclamación al líder y a su esposa, que será una civil, pero es la esposa del que manda.
Pasado el día del universo paralelo, hay que volver a la realidad. Los aplausos tornan en codazos. Empiezan los congresos regionales en los que los líderes territoriales quieren garantizarse el futuro, sabiendo que su porvenir está marcado por ese líder que decide con el pulgar arriba o abajo, quien continúa y quien no. Algunos sobrevivirán. Otros están ya muertos políticamente y aunque les escuecen las manos de aplaudir, no lo saben.