Actor, humorista, guionista, productor, director de cine, bailarín, cantante y compositor de pasodobles, sí. Hablar de Tony Leblanc es hablar de una leyenda de las artes escénicas en España. El galán cómico por antonomasia de los años 50 y 60. Un hombre que pintó su propia vida, que, como recordaba él mismo, comenzó en un museo. Recordamos su carrera en la Cápsula del Tiempo de Por fin no es lunes con Andrés Moraleda.
Fue hace 100 años, el 7 de mayo de 1922, en la sala de tapices de Goya del Museo del Prado de Madrid, donde nació Ignacio Fernández Sánchez, que es su verdadero nombre. Nació allí porque su padre era el vigilante nocturno de la pinacoteca y, justo ese día, su madre fue a visitarle al museo. Quizás por ese azar del destino, este madrileño dedicaría su vida al arte, al séptimo arte. Y así, después de haber trabajado como botones y ascensorista en el mismo Prado que le vio nacer, cogió el segundo apellido de su padre, Blanc, le añadió un elegante ‘Le’ delante, y se puso un Tony por nombre. Así empezó la carrera de Tony Leblanc, subido a un escenario y a partir de 1945 delante de una cámara, cuando debutó en la película ‘Los últimos de Filipinas’.
A partir de ahí este cómico empezó a pintar su carrera como si fuera uno de los cuadros que le vieron nacer. Utilizó el cine como pincel, y con él se dibujó en los papeles que le hubiese gustado hacer en la vida real. Porque antes de probar suerte en el cine, Tony lo hizo en el deporte. Primero como portero de fútbol (en el Chamberí) y después como boxeador. Fue precisamente uno de sus primeros golpes en el cine, ‘El tigre de Chamberí’, donde interpretó a un mánager de boxeo. Y es que en las décadas de los 50 y 60 fue muchas cosas en la pantalla, a saber: Estafador junto a Antonio Ozores en ‘Los tramposos’, chapuzas en ‘Las chicas de la cruz roja’, incluso concursante profesional en ‘Historias de la televisión’.
Bueno, lo de ser rostro televisivo lo hizo en la vida real. Porque Tony Leblanc, además de un estupendo actor, era un gran cómico. Y en televisión hizo de todo, hasta comerse una manzana en el programa ‘Esta noche fiesta’, presentado por José María Íñigo. Cuando hizo aquel recordado número, a mediados de los 70, Tony Leblanc ya se había retirado del cine voluntariamente. En parte por una antigua dolencia, y en parte por que quería dedicarse exclusivamente al teatro. Pero en 1983 un grave accidente de tráfico le obligó a parar por completo.
Las dos vidas de Tony Leblanc y su vuelta al cine, por la puerta grande
En los años siguientes al accidente, inválido y casi postrado en una silla de ruedas, Tony Leblanc escribió alguna comedia, y también poesía, pero nada de cine. Y no porque no quisiera, o porque en el cine no se acordaran de él, que lo hacían. Y así, 11 años después de aquel accidente recibió el Premio Goya de Honor 1993.
Los encargados de entregárselo fueron Luis García Berlanga y su gran amiga y compañera de muchas películas Concha Velasco. Y entre el público de aquella gala de los Goya, había un joven cineasta que ese año ganaría el premio a Mejor Cortometraje de Ficción. Un joven que, unos años después, escribió un papel para Tony Leblanc, le llamó y le convenció para volver a ponerse delante de una cámara de cine. Él, que había sido el galán cómico por excelencia, volvía a la gran pantalla más de 20 años después de su retirada con otra comedia, aunque un tanto distinta.
Gracias a Santiago Segura y a ‘Torrente’ Tony Leblanc retomó su carrera como actor. Y lo hizo por la puerta grande, ya que, por ese papel de padre de Torrente, Leblanc ganó el Goya a Mejor Actor de Reparto 1999. Y en su segunda vida como actor interpretó a Cervan, el entrañable quiosquero de la serie ‘Cuéntame cómo pasó’ y siguió acompañando a su amigo Santiago Segura en todas las entregas de Torrente hasta su muerte en 2012 a los 90 años. Poco después, Segura confesó que Tony Leblanc le dijo que hiciese Torrente 5 rápido, porque si no, no llegaba. Siempre con una sonrisa, aunque Leblanc decía que "hacer reír es una cosa muy seria".