La playa artificial de Alovera, en Guadalajara, es cada vez más una realidad. En los últimos días ha salido a concurso para ver quién construye y explota esta gran laguna artificial de 25.000 metros cuadrados de zonas de baño y 15.000 metros cuadrados de playas. Un proyecto polémico por el consumo de agua que requiere la construcción de esta ‘megapiscina’ y más en la situación de emergencia climática que estamos viviendo. Aun así, parece que ya no hay vuelta atrás para la playa artificial de Alovera, que ya está aprobada en pleno municipal y en pleno concurso público. Y, como dicen desde la empresa promotora, en el verano de 2023 podría estar operativa la primera fase de esta playa a tan solo 60 kilómetros de Madrid. Y es que esta idea de acercar la playa a la capital no es nueva como recuerda Andrés Moraleda en la Cápsula del Tiempo de Por fin no es lunes.
Y es que no solo se ha intentado, sino que Madrid ha tenido playa. En 1932 se construyó una especie de playa en las orillas del Río Manzanares, que por aquel entonces tenía agua como para hacer algo así. Fue la primera playa artificial de España, construida por el arquitecto Manuel Muñoz Monasterio en la zona de El Pardo, cerca del actual Hipódromo de la Zarzuela. Inaugurada en 1935, contaba, además de con la playa, con un complejo de ocio y deporte (que aún hoy se mantiene en pie). Pero la Guerra Civil causó estragos en el proyecto, que se intentó reconstruir en 1947, pero que, debido a la contaminación del río Manzanares, quedó abandonado y Madrid sin playa.
Pero si este proyecto o el de Alovera son ejemplos de playas artificiales, el que Felipe II se planteó (y ejecutó, a medias) a finales del siglo XVI iba un paso más allá. No era construir una playa en Madrid, sino traerse el océano Atlántico a la capital del Imperio Español. Una faraónica obra de ingeniería por la cual Madrid se conectaría con la desembocadura del Tajo en Lisboa a través de un canal navegable. Es decir, que Madrid tuviese puerto.
¿Cómo quería Felipe II conectar Madrid con el Océano Atlántico?
En 1561, Felipe II cambió la corte de Toledo a Madrid. Por muchas razones como que estaba más céntrica y que había menos nobles. Pero claro, Madrid no tiene mar, y en aquel momento las arcas del Imperio se llenaban con el oro (y otros bienes) que llegaba en barco desde las Indias. Riquezas que llegaban a Sevilla por el Guadalquivir y de ahí a Madrid por caminos peligrosos en los que no era raro que se perdiese parte del botín.
Para suerte de Felipe II, un día se plantó en palacio uno de sus ingenieros de cabecera, el italiano Juan Bautista Antonelli, con un proyecto para conectar el Océano Atlántico con Madrid. La idea era que desde la capital de Imperio se pudiera llegar en barco a la desembocadura del Tajo en Lisboa, que por aquel entonces Portugal también parte de los dominios de los Austria.
Felipe II había visto cómo transportaban mercancías en Flandes por los canales con sistemas de exclusas, algo que Antonelli utilizaría para su obra de ingeniería que tenía que salvar un desnivel de 650 metros entre Lisboa y Madrid. Y lo consiguió, en parte. En 1588 se llegó a organizar con éxito un viaje de siete barcazas entre Toledo y Lisboa que duró unos 15 días. Pero al regreso Antonelli murió y su sobrino Cristóbal se quedó con el proyecto, que fue muriendo por el gasto que supuso aquellos años la construcción de la Armada Invencible. Además, Felipe II padecía la enfermedad de la gota, que le provocó la muerte en 1598, 10 años después de que muriera Antonelli. Ahí terminó el proyecto.
Unos siglos después, los borbones intentaron retomar este proyecto de un puerto en Madrid, pero esta vez para conectar la capital con Sevilla, entre otras ciudades. Carlos III construyó un canal navegable desde el Puente de Toledo hasta el Río Jarama que hasta tenía un embarcadero. Pero unas lluvias torrenciales lo destruyeron en gran parte en 1799. Además, la Guerra de la Independencia dejó en el olvido el proyecto, que con la llegada del transporte por tren murió definitivamente.