Una delegación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha depositado mil variedades de semillas en la Bóveda Global de Svalbard. Un ‘Arca de Noé’ vegetal que se encuentra en el archipiélago de Svalbard, al norte de Noruega (país al que pertenece), concretamente en la isla de Spitsbergen. En este punto del Ártico se ubica el Banco Mundial de Semillas de Svalbard, un almacén subterráneo a prueba de terremotos o explosiones nucleares, donde se almacenan las semillas de prácticamente todas las especies de cultivos en caso de que ocurra una catástrofe. Y para contribuir a este ‘Arca de Noé’ vegetal, España ha enviado allí a Luis Guasch, director del Centro de Recursos Fitogenéticos del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria del CSIC al que escuchamos en la Cápsula del Tiempo de Por fin no es lunes, con Andrés Moraleda.
¿Pero qué más hay en Svalbard además del Banco Mundial de Semillas? Y es que el lugar no es el mejor para que la vida se desarrolle allí. Su nombre significa ‘costa fría’, y vaya si lo es. Rara vez las temperaturas superan los 0 grados. Hace tanto frío, que no existen carreteras que unan las diferentes colonias de las islas. Solo se puede viajar entre ellas en barco, avión, helicóptero o a través de la nieve. Son 9 islas de las cuales solo 3 están habitadas. Allí viven menos de 3000 personas. Es más, hay más osos polares que personas en Svalbard, por lo que casi todo el mundo tiene un rifle por si las moscas.
Y por si no fuera lo suficientemente inhóspito, resulta que en Svalbard está terminantemente prohibido enterrar a los muertos. Y es que resulta que, debido al permafrost, la capa de suelo congelada de forma permanente, los cadáveres se conservan casi en perfecto estado y, con ellos, también las enfermedades que pueden portarlos. Y a pesar de todo esto, Svalbard tiene una historia apasionante.
Los últimos nazis que se rindieron lo hicieron en Svalbard
No está claro si los primeros que llegaron a Svalbard fueron los vikingos o los rusos hacia el siglo XII. Lo que está claro es que el descubridor oficial de este archipiélago, en 1596, fue el explorador holandés Willem Barents, que da nombre al mar que baña las costas al este de las islas. Durante los siglos posteriores, Svalbard sirvió como base ballenera y de exploraciones árticas para holandeses, españoles e ingleses. Pero la tranquilidad del archipiélago se rompió tras la primera Guerra Mundial.
Aprovechando su neutralidad, Noruega, el país que más cerca está de Svalbard, consiguió la soberanía en 1920. Y aunque empezaron a formar parte del Reino de Noruega, estas islas tuvieron una gran autonomía. Por eso, allí había ciudades dedicadas a la minería donde la mayoría de la población eran suecos y, sobre todo, rusos, que tuvieron que salir por patas de allí cuando la Alemania Nazi ocupó Noruega durante la II Guerra Mundial.
Recordemos que Svalbard está muy al norte, a casi 1000 kilómetros de distancia de la zona más al norte de Noruega. Por eso, cuando terminó la II Guerra Mundial, el destacamento nazi que allí se encargaba de enviar informes climatológicos no se enteró de la rendición alemana ni del suicidio de Hitler. Nadie fue hasta allí a decírselo y tampoco se lo comunicaron por radio. Tuvieron que pasar 4 meses hasta que un barco noruego que se dedicaba a la caza de focas llegó a Svalbard y se encontró al destacamento nazi. El comandante al mando, un geógrafo, fue quien le entregó su pistola al capitán del barco noruego como símbolo de capitulación. Fueron los últimos nazis en rendirse, 4 meses después de terminar la guerra en Europa.
Después de aquel curioso episodio, los soviéticos volvieron a Svalbard, de nuevo bajo la soberanía del Reino de Noruega, y volvieron a poner en marcha las minas y las ciudades donde vivían los que allí trabajaban y que hoy están abandonadas. No obstante, aun hoy, casi la mitad de la población de Svalbard es de procedencia rusa y ucraniana.