Un domingo más Eva García coge su Carretera Secundaria para descubrirnos en Por fin no es lunes las historias que esconden los pueblos. Hoy nos lleva a un idílico pueblo de Navarra. Un municipio que se encuentra enclavado en el valle del Bidasoa y que hace frontera con Francia y con Guipúzcoa. Sus tradicionales caseríos y sus paisajes de ensueño le convierten en un pueblo de postal. Hablamos de Etxalar, la tierra de los antiguos contrabandistas.
En la década de los 40. En los años de la posguerra, en España, el trabajo escaseaba y la miseria estaba a la orden del día. Las tierras, el ganado y los caseríos apenas daban para llegar a final de mes. Los vecinos se veían abocados a buscar una alternativa. Así que el contrabando se convirtió en un medio de vida para los que estaban a ambos lados de la frontera.
Caminos del contrabando
Por la noche, ocultos en la oscuridad, atravesaban a pie los caminos hasta llegar a la línea divisoria, a la línea que separaba España de Francia. Allí esperaban pacientes a que les dieran la mercancía. Puntillas, rodamientos, alambres de cobre, medias de cristal, despertadores, radios, ganado o tabaco. Muchas veces ni siquiera sabían lo que transportaban.
Una vez que tenían los artículos en su poder, los cargaban a sus espaldas soportando decenas de kilos, e iniciaban su camino de vuelta a España en busca de su destinatario. El trayecto no era fácil. Había que correr riesgos y agudizar el ingenio para dar esquinazo a la Guardia Civil que les pisaba los talones. Muchas veces les disparaban y tenían que deshacerse de la mercancía. Pero solo lo hacían en los momentos extremos.
Aquellos hombres que vivían fuera de la ley eran rápidos y audaces. Casi cien paisanos se dedicaron al contrabando. Hasta que en la década de los 70 aquella práctica ilegal convertida en arte cayó en declive. Hoy el contrabando apenas es un recuerdo del pasado.
En Por fin no es lunes hablamos con Santiago Elizagoien, uno de los contrabandistas más conocidos del Valle del Bidasoa. ¿Te apuntas a este viaje?