En la prescripción para la universidad, las opciones de Judith fueron, por este orden, Filología Hispánica en la Universidad de Alcalá, Filosofía y Filología Clásica en la Autónoma y Medicina en la Complutense. ¿Medicina? Sí, sí, medicina. Puso Medicina por dos motivos: por poner algo que los demás consideraran útil y porque le daba la nota. Eso sí, puso antes Filología Clásica, que nunca agotaba las plazas, para asegurarme de que no iba a acabar estudiando algo, como Medicina, que no quería. Su hermana es ingeniera y esta es de esas palabras que socialmente llenan una oración; sin embargo, la hija pequeña, ay, la pequeña les salió “de letras”.
Obviamente detrás de las expresiones ser de letras o de ciencias se amontonan muchos tópicos con casi ningún fundamento real, muchas veces hasta se usan como excusa barata y cuando alguien comete una falta pudorosa en la escritura dice ser de ciencias como disculpa, más o menos igual que lo dice uno de letras cuando queda patente que no recuerda cómo se hace una ecuación.
Sea como fuere, lo cierto es que como sociedad, en general, visualizamos muy rápido una carrera de éxito para, por ejemplo, ingeniero aeronáutico, para un teleco; pero nos cuesta hacer el mismo ejercicio con un filósofo, o un licenciado en Humanidades o en Historia. Madres y padres en toda España escuchan con cierta preocupación que sus hijos quieran estudiar Filología Clásica. "Para qué te vas a hacer bilingüe en una lengua muerta, hijo, estudia por lo menos Inglesa y así te haces profesor. Opositas y tienes un trabajo para toda la vida", les responden los padres.
Y así parece que los que son de letras o se hacen funcionarios o estamos abocados a las colas del SEPE. Yo querría que la sociedad entera cambiara esa visión, pero no porque no sea bonita o no nos favorezca a algunos; querría que la cambiáramos porque no es real.
Para empezar, no hay que creer en esa división terriblemente torpe entre las ciencias y las letras que parece colocar como antagonistas, como polos opuestos, dos áreas del conocimiento que no lo son. La ciencia no está en el tipo de materia que se estudia, los ingenieros mecánicos no hacen ciencia por estudiar un motor; mirar o analizar una piedra, como hace un geólogo, no es per se, más científico que mirar o analizar una palabra, como hacemos en filología. La ciencia no está en el objeto o la realidad que estudiamos, la ciencia está en el método que empleamos para hacerlo.
Las materias se dividen y se segmentan porque no podemos estudiarlas todas a la vez, pero en la realidad y en la vida profesional ser capaz de volver a relacionar estas disciplinas, a pesar de la férrea segmentación en la que insiste nuestro sistema educativo, es tener una ventaja innegable.
Además cada vez hay más profesiones híbridas. Hasta hemos inventado este concepto. Cada vez hay más lingüistas trabajando con nuestros informáticos y desarrolladores en Procesamiento del Lenguaje Natural, ¿con quién tiene acuerdos el supercomputador de Barcelona? con la Biblioteca Nacional, porque los modelos que entrenan en Inteligencia Artificial necesitas datos, corpus de textos, y necesitan entender bien la sintaxis, dársela mascadita a la máquina. ¿Una nueva disciplina médica? La lingüística forense, la forma en la que un criminal habla o escribe nos ofrece mucha información sobre él. ¿Licenciados en Bellas Artes? les llamaran para trabajar en el metaverso, cuando podamos darnos un paseo virtual por el Louvre sin estar en Paris.
O todo está cada vez más relacionado o es que esa separación entre ciencias y letras igual no ha sido nunca tan real.
Otro argumento: las destrezas que más típicamente se asocian a la gente de letras, como la comunicación, han sido siempre indispensables para alcanzar el éxito en cualquier profesión. Saber comunicar bien es importantísimo sea cual sea nuestro oficio. Una argumentación, una exposición sencilla y ordenada da la idea de un pensamiento sencillo y ordenado y convence con más facilidad al interlocutor o al oponente. Por el contrario, una formulación confusa o farragosa inmediatamente nos da mala impresión, nos trasmite dejadez y nos hace desconfiar de las ideas que se comunican.
Un paréntesis aquí para recordar a todas esas personas que alguna vez se han preguntado para qué narices sirve hacer un comentario de texto: pues para aprender a escribir buenos textos, que acuérdate lo que te digo, te hará falta (y si crees que no te hace falta, revisa los correos electrónicos que escribes que yo también lloraré contigo).
Y lejos de cuestionarnos la separación entre letras y ciencias aún ahondamos más en la brecha, creemos que solo la ciencia es ciencia y que incluso, algunas lo son más que otras, porque algunas, como bien dices, hasta son exactas.
Que idea tan bonita esta de la exactitud, parece que uno, solo por ser matemático, fuera infalible (un minuto aquí para recordar cómo se les hundió en pocos metros el buque de guerra Vesa a los suecos, los trenes franceses que eran más grandes que la vía por la que debían circular o las veces que a la Nasa se le ha estrellado esto o aquello por un error de cálculo). Sin embargo, las ciencias exactas están ahí en su pedestal y los de letras, pues bueno, somos gente que tiene opiniones sobre las cosas.
Cuando se empezaron a implantar nuevos estudios hace no tantos años como la informática, se vio que aquello iba de códigos, de números y de signos y se la colocó cerquita de la matemática; que no digo yo que ahí esté mal; pero los informáticos aprenden lenguajes de programación que sirven para hacer desarrollos, lenguajes que tienen un número limitado de elementos con un significado concreto y unas reglas estrictas de combinación… Llamadme loca, pero no veo que eso sea tan tan distinto de lo que hace un sintactista con la gramatical del español. Sin embargo, no hay hueco en ese pedestal para las letras.
Cogemos el trabajo de años y años de estudio de las lenguas románicas y del latín y el griego clásico (lenguas de las que tenemos casi infinita documentación) y reconstruimos a partir de ellas el protoindoeuropeo, una lengua madre que hipotéticamente habría dado origen a las nuestras, y son… opiniones…, pero luego vamos a un museo y nos creemos hasta el color de los ojos del tiranosaurio rex, que vivió a finales del periodo Cretácico y que los paleontólogos han “reconstruido” a partir de los 32 únicos ejemplares que hay bien conservados en todo el mundo. Aquí hacemos ciencia cuando queremos… el paleontólogo sí, pero el historiador de la lengua, allí, con los de letras…
Pesa muchas veces también el factor económico, no somos capaces ni de imaginar trabajos y ocupaciones para la gente de letras, cómo vamos a imaginarles ganando dinero.
Para que una sociedad funcione, tan importante es que haya médicos, como que haya barrenderos, de hecho, si no fuera por los barrenderos los médicos no darían a basto a curar nuestras infecciones y enfermedades. Dicho esto, es cierto que por temporadas y por oleadas, algunas profesiones tienen más demanda que otras, de acuerdo, pero esto hay que hacerlo siempre con un ojo en el futuro, porque al presente ya llegamos tarde.
Creo de verdad que siempre sobraran licenciados desmotivamos que eligieron esto o aquello solo porque tenía salidas o por contentar al entorno. Elecciones mediocres llevan a desempeños mediocres, a vidas anodinas. Y trabajar ya es bastante complicado, incluso cuando lo que haces te gusta. A los padres que ahora están viendo a sus hijos de bachillerato estudiar les diría que si sus hijos quieren ser de letras (o de ciencias), si de verdad ahí tenemos un talento natural y a ellos eso es lo que les gusta, tienen que animarlos siempre a seguir con ello, apoyo del 100 %, da igual las pocas salidas que crean que puede tener una carrera, vivir se vive, y más feliz, de cualquier disciplina que uno le guste hacer lo suficientemente bien.