Esta semana la borrasca Celia ha hecho que los cielos de una buena parte de España se tiñeran de color naranja, la calima nos ha dejado una curiosa galería de imágenes con un tono bastante apocalíptico… Y no sabemos muy bien si porque parecía que se acababa el mundo o sólo por el color naranja, este tema, ha inquietado a nuestra filóloga.
Judth González ha contado que se enteró porque el lunes su madre compartió en el grupo de la familia unas fotos completamente naranjas, como las que luego hemos visto en los medios estos días. "Claro, yo lo primero que pensé fue que ella estaba jugando con algún filtro, editando las imágenes, pero insistía en que el color era el real", ha contado.
Y ha explicado: "Picada por la curiosidad enseguida busqué más información y efectivamente ahí estaba la calima. Lo curioso, además, del fenómeno en sí, es que esta borrasca, en la prensa, nos ha dejado tanto cielos naranja, como cielos naranjas en buena parte de España".
Sobre esta discrepancia entre el singular y el plural, con distinta concordancia, ha querido hablar nuestra filóloga.
Las palabras con las que nos referimos a los colores pueden funcionar como sustantivos o como adjetivos. Esto es, yo puedo decir me gusta el rojo, como sustantivo, indicando que me gusta ese color; y puedo decir me gusta el coche rojo, como adjetivo que acompaña a otro sustantivo, el coche, en este caso.
Cuando funcionan como sustantivos, los colores forman el plural sin dar mucha guerra, de acuerdo a las normas generales: los blancos, los azules, los rosas, los marfiles, los grises. Si queremos introducir algún matiz en el color, lo habitual es poner detrás otro sustantivo, en ese caso, el segundo sustantivo queda invariable: verdes botella o grises perla (con esta última palabra invariable, sin ese).
Ahora bien, cuando los colores funcionan como adjetivos conviene no ir tan rápido, porque dentro del conjunto de los colores podemos establecer una pequeña diferencia… Hay casos, como el azul, el rojo o el verde que propiamente designan colores, pero hay otros casos, como malva, añil, rosa, naranja… que primariamente designan una flor, un fruto, una substancia o un objeto que tiene característicamente ese color.
Este segundo tipo de colores, al menos en origen, se usaban más en aposición y, por ello, tienen a permanecer invariables (nubes malva, camisas salmón o colores naranja, que es el ejemplo de la Gramática académica). Siguiendo esta pauta, entonces, lo más adecuado sería decir “cielos naranja”. La Academia indica que es la opción preferible aunque también recoge que la concordancia en plural es una solución que se puede encontrar con frecuencia.
¿Más 'naranja' que 'anaranjado'?
Otra cosa que ocurre es que en algunos titulares el cielo era naranja y en otros era anaranjado… La diferencia está quizá en la percepción de cada uno: hay quien lo verá color naranja, tal cual, y otros percibirán que tiende al naranja. Perfecto. Todo es válido. "Yo, por introducir un argumento para superar el empate, votaría siempre por anaranjado, más que nada, porque como palabra es mucho más molona que naranja", ha asegurado Judith González.
Pero su preferencia tenía una explicación. Vamos a hacer una incursión en su morfología. Lo que tenemos aquí es el esquema a+nombre+ado (prefijo a + el sustantivo naranja + sufijo ado). Cuando en una palabra añadimos al mismo tiempo un prefijo y un sufijo tenemos lo que en lingüística se llama una formación parasintética.
Hay que fijarse en que la palabra no existe, ni es válida sin el prefijo, ni tampoco sin el sufijo, no podemos decir “anaranja” ni “naranjado”. Necesitamos que las dos partes acompañen a la vez al sustantivo, que el prefijo y el sufijo lo flanqueen. Lo curioso es que esto no pasa con todas las palabras que tienen un prefijo y un sufijo: lo habitual es que la palabra sí que pueda existir solo con uno o con otro, por ejemplo, ultramarino. Yo puedo decir ultramar y puedo decir marino. O desdibujado, existe desdibujar y existe dibujado.
Y otro detalle de esta palabra no es ya su morfología, sino su origen. Algunas de estas voces parasintéticas son, en origen, participios de verbos poco usados. Existe, por ejemplo, el verbo abovedar y de ahí nuestra palabra parasintética 'abovedado'. Pero no existe un verbo “naranjar” que nos haga de ascendente de nuestro anaranjado.