NO SE PUEDE NEGAR

Nos comemos una tarjeta de plástico a la semana

Un estudio de la Universidad de Newcastle y Dalberg, encargado por WWF, ha concluido que cada semana nos comemos el equivalente a tragarnos una tarjeta de plástico de 5 gramos. Lo dedujeron extrapolando datos de presencia de plástico en peces que solemos comer. Nuestro divulgador científico, Mario Viciosa, nos da todos los detalles en Por fin no es lunes

ondacero.es

Madrid |

No podemos decir que nos guste comer plástico por placer. Pero la realidad es que, sin querer, lo hacemos. Estos días estamos muy alerta sobre el vertido de pélets producido en la costa atlántica y su posible efecto en nuestras vidas, nuestra salud y hasta en nuestra dieta. El Ministerio de Agricultura y Pesca ya ha dicho que el consumo de marisco es seguro, pero esta catástrofe ambiental nos recuerda que vivimos en un mundo plastificado. Para lo bueno y lo malo. Y que todos los días, sin querer, estamos comiendo plástico, más allá de este terrible vertido.

Un estudio de la Universidad de Newcastle y Dalberg, encargado por WWF, vino a concluir que cada semana nos comemos el equivalente a tragarnos una tarjeta de plástico de 5 gramos. Esto, es verdad, no lo midieron diseccionando humanos, por fortuna. Pero lo dedujeron extrapolando datos de presencia de plástico en peces que solemos comer. Y, la mayoría, lo eliminamos por heces y orina.

Nuestra exposición puede ser aún mayor, entre lo que inhalamos o el contacto cutáneo con nanoplásticos. En esto hay mucha incertidumbre. Igual que en sus efectos a largo plazo. Hay indicios de que la acumulación de microplásticos y exposición a insecticidas está adelantando poco a poco la pubertad, conforme a un estudio de la Universidad de Granada. Pero sobre esto queda mucho por investigar.

De lo que no hay duda es de que cada vez el mundo produce y consume más plástico que la Tierra es incapaz de degradar, de digerir. Y no todo termina donde debería. Y ni siquiera hablo del reciclaje. Otro dato es que cada año, en la UE, se vierte descontroladamente el equivalente a 5.000 camiones llenos de pélets. 160.000 toneladas de microplásticos que iban a destinarse a fabricar cosas, pero que se han perdido por el camino. Y eso termina en la tierra, el mar y las playas. Y, lo peor: sus responsables, las más de las veces se van de rositas porque ni siquiera se consideran mercancías peligrosas.