Al escritor Marcel Proust, el sabor y olor del té con magdalenas le llevaba directo a su infancia. A Tolstoi le ocurría lo mismo con la hierba recién segada. El olfato es uno de los mejores portales para viajar por el tiempo. Aunque los humanos no gozamos de la capacidad de otros mamíferos para detectar tantos olores, son poderosos evocadores. En un mundo que está perdiendo el olfato, en el que no menos de 6 millones aún no lo han recuperado tras pasar la covid, un equipo científico alemán ha propuesto un método para rastrear y recrear los universos olfativos del pasado. En Por fin no es lunes Mario Viciosa nos lo cuenta en Divulga que algo queda.
Que sepamos, nunca en la historia de los humanos un sentido se ha visto mermado entre una cantidad tan grande de personas. Sólo durante el primer año de pandemia, 100 millones de personas sufrieron una alteración del olfato. El 60% de ellas, de manera prolongada. Esto ha ocurrido con otras enfermedades infecciosas y la gente ha terminado por recuperarlo, pero en ocasiones, se ha tardado años. Resulta curioso que un sentido que nos conecta de esta manera con nuestro espíritu animal y primario no haya sido particularmente tratado por la historia. El trabajo que proponen ahora busca recrear paisajes olfativos desde la prehistoria, ahora que contamos con técnicas moleculares para poder deducirlos.
Los olores de la historia
Viajamos al reino de Judá. ¿A qué olía? Seguramente a vaca. Un buey, una mula, un establo… El nacimiento de Cristo es una escena rural que olería a eso… salvo alguna cosa. Porque si es cierto que unos astrónomos que llamamos Reyes Magos le trajeron mirra. Seguramente el portal olió como una tienda de Natura. La mirra es una resina de árbol usada para formar inciensos. La mezcla de ese olor con el heno y los animales nos devuelven un paisaje de olores que en vuestro año 2022 llamaríais "étnicos".
¿Y en los valles mexicanos del siglo XIV? ¿A qué olía en Tenochtitlan? Al aliento de la gente, como de ají picante. Sabemos que trataban su boca con plantas, picadura de gusano, especias… Cosas que no siempre olían bien. Nos acercamos a lo que en el siglo XXI llamamos barrio rojo, encontraríamos un puro olor a chicle. Resulta que sólo mascaban savia de corteza de árbol mezclada con plantas las prostitutas y personas que consideraban afeminadas. Como eran personas socialmente mal vistas, los nobles tenían prohibido mascar y enmascarar su aliento.
En la antigua Roma las reuniones en las que se discutía el futuro del imperio olía a váter porque se celebraban en las letrinas. Sin embargo, en Manchester de 1977 el olor era a gasolina quemada con plomo. Ese aroma como de goma y azufre que sale de las chimeneas de las fábricas. Y un olor pegajoso como de asfalto en la zona de los muelles.
¿Cómo recrean esos paisajes olfativos?
Aprovechan los potentes enfoques biomoleculares, como las técnicas de proteómica y metabolómica. Verdaderas narices forenses que nos dicen qué compuestos hay para recrear sus olores. Eso luego se cruza con fuentes documentales. Con un riesgo: si un día se extinguen los limoneros, nuestros descendientes sólo sabrán que el limón debía de oler a desodorante de limón. En este sentido, recomiendo echar un vistazo al trabajo de los historiadores del proyecto Odeuropa, que buscan olores de objetos pintados en cuadros, por ejemplo. Y el libro de Federico Kukso 'Odorama', que hace un repaso por la importancia de los olores en distintas épocas y culturas.
¿Quieres saber si hay animales que saben sumar y restar? La respuesta en Divulga que algo queda en Por fin no es lunes.