Un día comenzó a ver cómo el cabello se le caía hasta quedar sin un rasgo que la definía: pasó de ser "la pelirroja" a no querer salir a la calle por verguenza a ser señalada. El estrés, causa o consecuencia de su alopecia, la hizo pasar por un estado parecido a la depresión.
Dora llegó a sentir asco de sí misma y a odiarse por sentirse culpable directa de su enfermedad. Llegó a escuchar que su hija, de tan solo 4 meses, iba a tener un trauma a raíz de la alopecia de su madre o que no era una "persona normal".
Sin embargo, Dora se reveló contra la sociedad y comenzó a subir fotos a las redes sociales reivindicando que "las calvas también existen". Para dar visibilidad a este fenómeno, decidió escribir el libro 'Las calvas también existimos', que refleja su camino hasta sentirse aceptada por sí misma.