Sonaba la marcha militar de Schubert cuando tuvo su primer contacto con el escenario. Su tío organizaba en el Teatro Lope de Vega una especie de festival benéfico ante un público distinguido. Él era un niño. Tendría seis o siete años. Tras una actuación de sirenas con globos, iba una marcha militar con pajecillos. Y él era uno de ellos. Aún recuerda lo que sintió al estar entre cajas, frente a esas sirenas llenas de luz que lanzaban globos de colores y el aplauso del público. Cuando llegó su momento, la oscuridad se apoderó del escenario y sonaron los primeros compases de esta música. Tendrían que pasar muchos años para que volviera a sentir algo parecido una especie de vértigo de no pisar el suelo al salir a escena.
Tocado por una vocación inequívoca, en la adolescencia decidió sincerarse con su madre. Le confesó que quería ser actor y dedicarse al teatro. Dos frases contundentes pusieron fin a la conversación. Pero tú ¡estás loco! y “No se te ocurra mencionárselo a tu padre”. Aquel chaval, católico y burgués, que sentía locura por las artes escénicas desde que le regalaron de niño un teatrillo, emprendió por su cuenta una aventura maravillosa: estudiar derecho y convertirse en actor en secreto. Desde entonces el teatro y la persona han sido inseparables. No puede existir el uno sin el otro.
Hoy a sus 80 años, aquel niño incomprendido por sus padres, es el director de escena español más galardonado de su generación. Todavía en activo, ha sido tres veces ganador del Premio Nacional de Teatro. Ha dirigido más de 100 obras de teatro, 80 óperas y ha impartido miles de horas de clase. Es el creador de montajes tan célebres como “Las bicicletas son para el verano”, “Las comedias bárbaras”, “Crimen y castigo” o “La casa de Bernarda Alba”.
Ahora José Carlos Plaza abre una ventana a su vida con la publicación de su primer libro, “Haz. Otra mirada a la vida desde el escenario”, donde da cuenta de su carrera artística, su compromiso político y su amor profundo por el teatro. Un libro que, por cierto, fue presentado en el teatro de Bellas Artes de Madrid, el mismo lugar en el que fue detenido en 1975 por participar en la primera huelga de actores del teatro español.