La Guerra Civil truncó su carrera como brillante estudiante. De nada le sirvió la beca que le concedieron al terminar sus estudios básicos en junio de 1936 puesto que, apenas un mes después, el estallido de la Guerra Civil Española trastocaría sus planes de ampliar su formación. Manuel Leiva hubo de sustituir la escuela por el taller de carpintería de su padre donde, durante casi treinta años, no soltó los clavos y el martillo.
Sin embargo, más de ochenta años después, sus ansias de aprender no han desaparecido. Hoy, conocemos la historia de este cordobés que, aunque no pudiera ir a la escuela en su juventud, nos ha impartido una gran lección de vida.
La historia de un sueño frustrado
Manuel Leiva terminó el curso de 1936 con un expediente sobresaliente. A sus casi diez años recibió una beca de estudios con la que ampliaría su formación a lo largo de los siguientes cursos.
«Tuve la suerte de que me dieran una beca y estaba más contento que unas pascuas, iba con mi beca como un chiquillo con unas botas nuevas, pero cuando regresé a la escuela en septiembre me encontré un cuartel y un mundo nuevo », ha explicado Manuel. En efecto, el estallido de la Guerra Civil trastocó la cotidianeidad del día a día de un niño de La República que tuvo que abandonar la escuela para ayudar a su padre en el taller de carpintería durante los próximos treinta años.
«A mí se me fastidió la vida, pero a otros se les fastidiaron cosas peores», ha lamentado el cordobés.
Años después, en 1964, abrió en Montilla (Córdoba) uno de los primeros negocios de congelados de España junto a su mujer. «Se nos presentó la oportunidad y, gracias a Dios, triunfamos trabajando, ya ves tú», comentaba entre risas. Pero a pesar del éxito laboral, el deseo más puro de Manuel continuaba insaciable: quería estudiar, quería aprender y acumular saberes.
«El estudio siempre me ha gustado y, aunque no puede acudir a la escuela, me leí todos los libros habidos y por haber», argumentaba Manuel. No en vano inculcó ese ansia de sabiduría en toda su descendencia, pues afirma que tanto sus hija como sus nietos han cursado sus carreras con éxito.
Así pues, Manuel vio cumplido en su familia el sueño de su vida. ¿Estaría a tiempo de cumplirlo por sí mismo?
El momento en el que Manuel retomó los estudios
Hace cuatro años, en septiembre de 2018, la Universidad de Córdoba inauguró unas clases inter-generacionales para personas mayores de cincuenta años. Manuel Leiva tenía, noventa y dos años recién cumplidos por aquel entonces, pero no dudó a la hora de apuntarse a estas sesiones.
«Mi hija me habló de este proyecto de la Universidad de Córdoba y pensé: 'esta es la mía'», ha confesado Leiva que ahora ya ha cumplido los noventa y cinco años.
Se encuentra en el cuarto curso de esta aventura académica donde está ampliando notoriamente su formación. Manuel nunca había dejado de leer -«sobre todo libros de historia y de música»-, pero ahora está completando algunas piezas que le permiten comprender el significado global de todos los conceptos que de manera autodidacta había ido integrando.
«En los cursos pasados di filosofía, que no había dado nunca, y ahora estoy dando arameo», explicaba Manuel apuntando que «el profesor de arameo nos tiene locos, pero como es tan interesante, no sabes lo bien que me viene para aclarar todo lo que he leído sobre esta lengua tan antigua».
En cualquier caso, Manuel se muestra sumamente satisfecho con la educación que está recibiendo porque, dice, tiene «profesores magníficos» que le enseñan de todo. «Aquí no se hacen exámenes, sino que se escucha para aprender. Algunos toman notas, pero yo memorizo todo lo que me gusta », ha añadido.
«La cultura es una de las bases para un país; entonces, si no la has podido coger antes, cógela cuando puedas», ha concluído.