Nuestro protagonista era filósofo, un tipo leído, se le consideraba un sabio, listo como un demonio, con algunos kilos de más, bajito y, por lo que cuentan… era de cambiarse poco de ropa, por definirlo así rápido. Un día, un buen amigo, un admirador de su sabiduría, un discípulo, vino corriendo a su encuentro, fatigado, con mucha prisa, porque se había enterado de un cotilleo, algo que otros iban diciendo por ahí de su maestro… era algo que, consideró que tenía que contarle enseguida. Vamos, por resumir, un cotilla de la época griega. Los ha habido siempre. Un amigo de ambos había hablado mal del filósofo. Cito palabras textuales de la época, “Maestro, están hablando sobre usted con gran malevolencia”…. Hoy en día sería algo como…. “tío, tío, tío…. que te están poniendo a caldo”.
El filósofo, sabio y calmado, le pidió que se tranquilizase, que esperase un minuto antes de hablar porque, el mensaje que le quería decir tenía que pasar tres filtros. Tres pruebas que el mensaje, el cotilleo, la noticia debía superar antes de que se la contara.
Eran tres los filtros que debía superar esa información. El primero. El filósofo le preguntó: "¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es verdad?”
¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es verdad?
El discípulo dudó… porque en realidad no estaba del todo seguro si de aquel chisme era cierto o no. La información era un bombazo, pero claro, no estaba al 100% seguro de que fuera cierta, así que le contestó que no. Que no sabía si era cierto.
Así que el filósofo dijo: “bien, segundo filtro: ¿Lo que vas a decirme es bueno o no?”. Aquí no hubo duda alguna. No era bueno en absoluto. Era algo malo malísimo.
¿Lo que vas a decirme es bueno o no?
Y el último filtro: “¿Me va a servir de algo lo que vienes a contar?”. Volvieron las dudas. Puede ser que la única utilidad de ese mensaje fuera distanciarlo de ese otro amigo, pero teniendo en cuenta que tampoco había pasado el primer filtro, es decir, que puede que no fuera verdad… sería perder un amigo en balde.
¿Me va a servir de algo lo que vienes a contar?
En resumidas cuentas, no había superado ninguno de los tres filtros. Todo mal. Así que, el filósofo, calmado, le respondió a su discípulo: “Si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno e incluso no es útil ¿Para qué querría saberlo?”
Era Sócrates, maestro de Platón, y esta anécdota ha pasado a nuestros días como la de los Tres Filtros de Sócrates. Se usa poco.