Frisando la edad que toque, y al toque el pito en los aeropuertos por tanta comicidad a sus espaldas. Porque tiene dos, la de hombros que arriman y la de atrezo, que es la que recuerda. Podríamos multiplicarla hasta dar con cuatro. Cuatro espaldas. Guardaespaldas. De aquellos que hacen fácil lo difícil: hacer reír.
Admite que llora y se emociona con lo que ve ahora. Pero también cuenta que fue fruto de un salto al control. Llegó al mundo para recoger el testigo de Gila, una bufanda, nada más y nada menos. Al abrigo siempre de unos padres trabajadores que jamás imaginaron que al muchacho de cuatro años se le iba a dar eso de comprar el dicho. El resultó la aguja del pajar. A los dieciséis un profesional. Antes de pueblo en pueblo. Caravana con apellidos: Berlanga, Garci, Leblanc, Jurado, Montiel…
Ni cutre ni destapado. A lo sumo, media nalga, pero con disimulo. Lo importante siempre, la gracia. La de cobrar los lunes en aquella época. Porque poca gracia la coincidencia de estar en Por fin no es lunes. ¡Ay, Carmela! Diadema goyesca, suerte de directores, sonido en directo-no le dobla ni le ha doblado nadie, porque no se puede-. ¿Decano de los cómicos en España? No. Él siempre dice que es parte de ellos. Y quien parte y reparte, jamón mediante, siempre deja la mejor parte.
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