Desde que pasamos los años de pandemia, pocas veces tenemos la oportunidad de ver a las personas y hacerles un garabato para verles los gestos, incluso antes de hablar.
Pasa, vive y ya está. Silencio, de sala, ministeriado, ausencia de ruido con el índice y el corazón sosteniendo la sien izquierda, ahí donde el hemisferio de sus ideas -las de Ángeles- hacen como que reposan, pero en realidad, es una posición para contemplar.
Podría sonar a renuncia. Ella nos transmite templanza inquieta. Vestida de flores aztecas, esconde en los bordados los 14 años que han pasado hasta volver a dirigir. Y eso lo sé no porque lo haya dicho, sino porque se intuye en los bordados, en el hilo fino de la elección propia.
La intuición de lo que se puede hablar y de lo que no. El silencio, pasar de puntillas por los puntos débiles y lo de que en la edad adulta llegamos y reclamamos el pasado, lo que se vivió y ya está.
También tenemos la imagen de una sala vacía, pero eso es sólo propiedad de la autenticidad. También encuentra en esos conceptos y en las conductas del ser humano y los convierte en palabras. Todo es un guion, un guion donde hay abono y paz para arraigar en los gestos cotidianos.